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La dieta de la dieta

Estaremos de acuerdo en que una persona que, aparte de sueldo, cobra dietas no tiene más remedio que ser feliz

FELIPE BENÍTEZ REYES

Viernes, 22 de junio 2018, 23:42

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Hay personas de naturaleza recelosa que se preguntan que para qué sirve el Senado, de igual modo que hay otras que se preguntan por la utilidad de, no sé, la pintura abstracta rumana. La respuesta es sencilla: el Senado sirve para ser Senado y la pintura abstracta rumana sirve para ser pintura abstracta rumana, al margen de la utilidad que ambas cosas puedan tener para los españoles o para los rumanos, lo que sería un asunto digno de un análisis un poco más complejo.

Pero, aparte de para ser Senado como cosa en sí, el Senado sirve para que las personas que dan sentido institucional a esa abstracción cobren dietas acordes con la importancia de su labor en dicha abstracción, a lo que hay que sumar la importancia que tiene el Senado por sí mismo, según ya hemos apuntado. Creo que estaremos de acuerdo en que una persona que, aparte de su sueldo, cobra dietas no tiene más remedio que ser feliz, pues muy sombrío hay que tener el ánimo para cobrar dietas y andar por el mundo quejándote de tu suerte, dado que esa queja sería más propia de alguien que está haciendo dieta, ya sea forzosa o voluntaria.

Pero siempre hay enemigos de la felicidad: los senadores de Unidos Podemos pidieron la supresión de esas dietas (120 euros diarios para viajes nacionales y 150 para viajes internacionales) y que a sus señorías se les abonasen aquellos gastos de los que presentaran justificantes, dado que los senadores viajan con todos los gastos pagados, que se estiman entre los 1.000 y los 2.000 euros por jornada, según anden los precios en la autonomía -ya sea histórica o ahistórica- o en el país de destino al que acudan para resolver los asuntos propios de una cámara de representación al fin y al cabo territorial. Afortunadamente, los senadores del PP, del PSOE y del PNV se apresuraron a desestimar mediante votación democrática esa medida descabellada y antidietética.

Y es que ¿cómo vamos a exigir a nuestros representantes que lleven el bolsillo repleto de facturas y que, además, tengan que contabilizarlas? Para eso necesitarían un asesor, lo que los equipararía en plebeyez a los empresarios y a los autónomos, esos seres mezquinos que tienen que administrar una factura incluso si lo que compran es un paquete de folios. ¿Cómo va a compararse, en fin, la barra libre del sistema de dietas con el fatigoso trabajo de presentar facturas? ¿Y si a un senador se le antoja comprar en Lisboa un gallo de cerámica? ¿Y si otro se encapricha de una caja de bombones en el aeropuerto de Bruselas? ¿Y si mandamos a un senador a Argentina y se empeña en comprar la cabeza disecada de un novillo? Porque son humanos también. Porque también tienen sentimientos.

No les compliquemos, en fin, las cosas, que demasiado tienen con lo suyo. Sea lo suyo lo que sea.

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