La proximidad del cincuentenario de la muerte de Franco es una oportunidad excelente para recordar que ese día termino también la guerra civil que, además ... de muertos, dejó a España dividida y encarcelada. Había excepciones de personas que deificaban a su figura y aprovechaban el tiempo para disfrutar de los beneficios de aquel drama nacional junto a las ventajas de servir a un régimen que despertaba odios y se empeñaba en olvidar. La conmemoración del final de la guerra en 1939 era una pantomima que la inmensa mayor parte de los españoles no podían creerse por mucho que se celebrara. Hasta el último día de la agotada vida del dictador, España era un país sin libertad para pensar ni para mantener su dignidad. El dictador vivió y se despidió con nuevas ejecuciones y dejando por los suelos nuestra imagen de crueldad ante el resto del mundo. Millares de españoles sufrían mientras continuaban en el exilio por ser considerados delincuentes, simplemente por haber defendido sus ideas legítimas y sin exponerse a regresar ante la condena que les esperaba. La memoria nos recuerda a los intelectuales, artistas y emprendedores que tuvieron que desarrollar sus méritos fuera, sin aportarlos a la riqueza de España, sin que fuesen reconocidos: desde Picasso a Severo Ochoa, por citar algunos.
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Pero la vergüenza y el sufrimiento de los centenares de miles de refugiados en otros países no exime de dificultades y penurias de los que permanecían en España, muchos encarcelados durante décadas, otros forzados a emigrar intentando librarse de la miseria y no pocos los deseosos de tropezar con la imposibilidad de huir en busca de otros horizontes sociales a los que el Régimen tenía prohibidos. España, un país con tanta historia, fructífera cultura e idioma universal, vivía en el más absoluto aislamiento. Bastaba mirar al pasaporte, que tanto costaba conseguir, para sentir sus limitaciones, que incluían una larga retahíla de naciones a las que teníamos vetado viajar. Franco apenas viajó al extranjero, quizás porque sabía que sería mal recibido, y a España los visitantes que llegaban era los dictadores con los que se sentía identificado, como Rafael Trujillo, Alfredo Stroessner o Haile Selassie.
Tampoco nuestro país tuvo participación en la creación de las organizaciones internacionales: en la ONU no fue aceptado, no se incorporó hasta 1955 y en la Unión Europea y la Alianza Atlántica, ya en la democracia. Dwight D. Eisenhower, el presidente de los Estados Unidos, fue la gran excepción de una visita democrática, en 1959, y con motivo de poco orgullo para el Régimen. Era el héroe de la Guerra Mundial, sí, pero su presencia respondía al pragmatismo norteamericano que tenía como objetivo la concesión de bases militares, alguna de las cuales se mantienen activas.
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