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Desmontando a Woody

«Viejo amigo, me limito a trasmitirte mi solidaridad perpleja mientras me sitúo conscientemente en el maldito territorio de la incorrección política...»

MIGUEL ÁNGEL ROPERO. - ESCRITOR

Miércoles, 28 de febrero 2018, 22:28

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Mal asunto, maestro. Toda una vida dedicado a construir una de las biografías más apabullantes de la historia del cine y vas y descuidas un aspecto esencial de éste tiempo nuestro. La compulsiva obsesión que nos sacude por entrar a saco en lo magnífico.

Aunque, si bien se mira, en esta ocasión has acabado siendo víctima de tu propio personaje, ya que en una de tus pelis tú mismo nos fuiste indicando los pasos a dar para desmontar a un tal Harry. Quizá te precipitaste, ya que juraría que contigo se está oficiando a escala mundial un implacable intento de desmontar a Woody. Más incluso... una sañuda conspiración para descalabrar a Woody. Es lo que tiene dar ideas; luego te las plagian y te las arrojan a la cabeza.

No quiero ni pensar en los efectos colaterales que ocasionaría tu desmontaje-descalabro. Sería como intervenir a martillazos en el material genético del que están hechos los últimos cincuenta años de nuestra historia y destruir a lo bestia sus instantes más luminosos; tus películas, sin ir más lejos.

Sin ellas, maestro -sin su humor, sin su acidez, sin su mirada lúcida-, lo que hoy es un presente problemático a escala mundial podría derivar no tardando en esa distopía de la que nos vienes advirtiendo perseverantemente aunque sin dar mucho la lata.

O quizá todo este asunto se zanje finalmente en un fundido a negro, vengativo y cabrón, que barra toda tu obra, toda tu vida, como si no hubieran sido.

Mal rollo en todo caso.

En otra de tus pelis, en Poderosa Afrodita, recurrías a la tragedia griega y utilizabas el coro como hilo conductor de la acción (por cierto que ni tu mismo imaginabas lo poderosa que podía llegar a ser Afrodita en según que circunstancias).

Puesto que de momento tu situación es, cuando menos, dramática, me vas a permitir, maestro, un nuevo recurso a la tragedia -Shakespeare esta vez- para ayudarte a visualizar el trance en que te encuentras:

En esta ocasión vas a ir de Julio César, un personaje cuya retórica te cuadra y que asoma aquí y allá en tu filmografía, solo que de incógnito. Ya estamos metidos en la acción. Acabas de ser pasado a cuchillo por varios de tus incondicionales de toda la vida (ya sabes... Idus de marzo, estatua de Pompeyo, «Tú también, hijo mío» y todo lo demás). Tu cadáver ha sido rescatado por el leal Marco Antonio (tu no menos leal Alec Baldwin) que transporta en sus brazos tus cuatro chichas hasta una tribuna que se eleva en el mismísimo centro del foro romano, es decir, en mitad de las redes sociales.

Alec -que es tu amigo pero que por encima de todo es actor- trata de lucirse en su discurso funerario y compone un convincente Marco Antonio (menos estatuario que Brando, si bien algo más fondón). El caso es que acaba gustándose y se olvida del muerto, o sea, de ti (que encima eres un muerto de mentirijillas, un muerto del 'show business').

O sea que ahí sigues, vivito y coleando, pillado como un barbo en el centro del ágora mediática mundial (anduvo fino el que la tildó de red), cosido a bayonetazos de guardarropía, empapado en sangre de ketchup y expuesto a una de las ignominias más afrentosas que darse puedan; esa que únicamente es capaz de urdir un ser humano cuando odia tanto. ¡Tanto! que no puede dejar a la persona odiada resquicio alguno para la escapatoria; una acusación de pederastia. Casi nada.

Yo sé, Woody, que tú eres un tipo de grandes recursos fílmicos y dialécticos, que dispones del confortable colchón de un inagotable sentido del humor (muy útil para amortiguar batacazos). Pero también sé que a tus ochenta y tantos años, yacente en la tarima de la tribuna capitolina (no lo olvides), el simple esfuerzo para recuperar la vertical puede ser una empresa casi insuperable, ya que tu amigo Baldwin anda distraído con los aplausos. También observo preocupadamente el escaso grado de sintonía que en general mantienes con la justicia (dos botones de muestra; Delitos y faltas y Match point). Por otro lado, si hay alguien cuya inteligencia no merece ser insultada con lugares comunes ni con consejos de improbable eficacia, ese eres tú.

En resumidas cuentas, viejo amigo, yo me limito a trasmitirte mi solidaridad perpleja mientras me sitúo conscientemente en el maldito territorio de la incorrección política, atento a lo que va ocurriendo en el improvisado plató de la opinión manipulada.

Mientras tanto, en mi televisor empieza a desfilar de nuevo ante mis ojos -y en blanco y negro- el 'skyline' de tu adorado Manhattan, salpicado por tus zigzagueos retóricos sobre cómo hacer arrancar la película. ¡Es cuando irrumpen arrolladores los timbales, la cuerda y la trompetería de la gran Rapsodia en blues!

¡Inconmensurable Gershwin! ¡Inconmensurable Allen!

Dime maestro ¿Se te ocurre una mejor forma de plantarle cara al futuro?

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