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LA CREMALLERA

CAUTIVO Y DESARMADO - PABLO ÁLVAREZ

Jueves, 22 de febrero 2018, 00:10

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En el cole al que van mis hijos (los Maristas de mi vida) se junta a eso de las ocho y media de la mañana una marabunta de coches. Como en todos los coles de la capital, pero más: es lo que tiene que el San José se haya quedado en el extrarradio y que la ciudad no llegue (ni se la espere).

Pero no iba a eso. Son las ocho y media de la mañana, digo, y hay coches para llenar un petrolero. Todo el tráfico que llega al colegio lo hace por una rotonda en la que desembocan tres vías de entrada, y de la que sale una sola hacia el cole. El primer acceso es un caminillo por el que llegamos cuatro. El segundo es una doble vía, y el tercero una vía simple, pero ambos dos están igual de petados.

Como ustedes comprenderán, los autos que llegaran por la tercera de las carreteras jamás podrían entrar, obligados como están a ceder el paso a los que ya estén dentro de la rotonda, es decir, todos menos ellos.

Pues bien, sin nadie que se lo haya impuesto ni ningún poli que se lo mande, los padres y madres conductores han llegado por sí mismos a una solución educada y que funciona. A saber: todo el mundo cede el paso a un coche. Entras en la rotonda, llegas a la primera fila, dejas pasar a uno; llegas a la segunda, dejas pasar a otro.

Y así, con esa educada cremallera espontánea, nos arreglamos. Cierto, siempre hay alguno que pasa de todo, por ignorancia o por capullez. Pero son los menos.

Ya sé que no es una gran historia, ni una gesta que vaya a salvar el mundo, ni da para una peli. Pero a mí me reconcilia con la peña que me rodea esa manera de ser y estar, de ceder y convivir. De ser gente, vamos.

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