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Conciencias a 52'13

JULIA CIBRIÁN

Martes, 22 de enero 2019, 00:14

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Llevo dentro de mí un peso agobiante, el peso de las riquezas que no he dado a los demás» Dicen que lo dijo Rabindranath Tagore, hijo de familia rica, que administraba sus propiedades por India y Bangladesh. La abrumadora indigencia de sus paisanos le agobió hasta la consternación. Sufre la batalla entre las buenas intenciones, los mejores deseos y la intransigencia de la voluntad. «Pero me falta valor para deshacerme de las baratijas que abarrotan mi habitación». Es la escabrosa frontera entre el quiero, pero... (a otro famoso, el joven rico del evangelio cristiano le pasó lo mismo. Tagore fue poeta, novelista, cuentista, ensayista, músico, pintor, pedagogo, políticamente orientalista y luchador anticolonialista. En 1913 la Academia Sueca le concedió el premio Nobel de Literatura por la sutileza, serenidad y exquisitez de sus creaciones, y él destinó parte del dinero a crear una escuela abierta a la naturaleza y a la sabiduría, que hoy es Universidad.

El mundo está lleno de riquezas que ni se reparten ni se comparten. La economía de mercado precisa más compradores que productos. El empuje adquisitivo crea necesidades y caprichos asequibles para la mayoría y es trinchera infranqueable contra la cultura de sólo lo justo y necesario. Programas políticos -los cambios, locales o globales, tienen que ser políticos- que propugnen ganar menos y atender más a tantos en riesgo de exclusión o ya definitivamente excluidos ni se ven ni se esperan (qué horror, qué atraso, eso es fascismo, antes muertos que sencillos.

Por cosas del destino, o sea, por torpeza, el otro día aligeré mi fortuna en cincuenta euros, 52'13 para ser exactos, que se fueron a correr mundo, en libre disposición para quien los encontrara, que según los designios budistas y demás devociones filantrópicas sería precisamente quien más los necesitara. Los di por perdidos y me olvidé de ellos. Pero ellos no me olvidaron y volvieron a mí, en un acto de civismo que me alegró el día y me atronó la conciencia. 50 euros menos ni me hacen pobre a mí ni rico/a a quien se los topó, puros lirios del asfalto. El espíritu cívico de ese él/ella me ha devuelto 50 euros más una plusvalía de inquietud a digerir. Agradezco la recuperación de mi bizarra carterilla -esa sí me hubiera dolido perder-, que ha vuelto colmada con el dinerillo y con el regalo envenenado de una duda moral. Una ducha moral más bien, y muy fría. Esa persona con la que me crucé es cívicamente honrada ¿Lo soy yo? Él/ella pudo quedarse con la pela, no lo hizo, la dejó entre los objetos perdidos que, debidamente custodiados, esperan su devolución al perdedor. Yo hubiera hecho lo mismo ¿Yo hubiera hecho lo mismo? Ahí se me embarulla el discernimiento ¿Qué pasaría si...? Sólo eran cincuenta euros, los he perdido y ya está, no existen ¿Eso hubiera pensado él/ella? Quien no se queda con cincuenta euros tirados en el suelo -¿me los hubiera quedado yo?- no va a arramblar nunca con cincuenta millones de euros o cualquier otra de esas ignominiosas cantidades que de vez en cuando desaparecen de las carteras públicas ¿Lo haría yo?

La gente se mata por dinero, encuentran carteras cargadas de comisiones y se las llevan para casa distraídas en los dobladillos de la chaqueta. Cada día alguien se forra indebidamente y con tanto ruido se termina equiparando corrupción con normalidad, nadie cree en nadie, nadie es honrado, todos mienten, huele mal por todos lo sitios, es el aroma de la actualidad. Cosas de la política.

La política la hacemos todos ¿Qué haría yo? ¡Por favor, la duda ofende! ¿Qué haría usted? ¡Oiga, sin faltar, más honrado que yo ni el Papa!

Qué alivio ser nadie.

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