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Lunes, 4 de septiembre 2017, 00:16
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El curso político comienza sobre los ecos inquietantes de la gran manifestación del sábado y con la mirada puesta en el 1 de octubre, fecha en que de un modo u otro eclosionará la intentona secesionista del independentismo catalán. Nos aguarda, pues, un mes cargado de intrigas y denso en marrullerías, en que el Estado habrá de dejar constancia de su insobornable decisión de preservar el principio de legalidad. Ayer, Mariano Rajoy especificó en un acto del PP en Galicia que alterar el rumbo secesionista de la Generalitat «no está en nuestras manos», pero el Estado «defenderá la soberanía nacional y la legalidad» española y catalana. «No os quepa la menor duda de que así lo hará el Gobierno de España», concluyó el jefe del Ejecutivo. Quiere decirse, en fin, que el Gobierno espera confiado que todos los funcionarios públicos cumplan rigurosamente con su obligación el 1 de octubre, lo que como es evidente llevaría al fracaso el intento de un referéndum. Y nadie puede dudar con fundamento que los Mossos d'Esquadra y demás trabajadores públicos vayan a orillar su deber sagrado ese día. Es claro que tras esa fecha la cuestión catalana tendrá que encarrilarse mediante un intenso e inaplazable diálogo que abarque a las personas y las formaciones de buena voluntad, que sin duda son clara mayoría. No sería sostenible que el conflicto se prolongara indefinidamente, por lo que todos los actores han de quedar emplazados a resolver de una vez el contencioso. El curso político tendrá también que consolidar aún más el crecimiento económico, que debe hacerse con urgencia más inclusivo y ha de repercutir más claramente en las rentas salariales, que no se han recuperado todavía de la profunda devaluación suscitada por la crisis. La recuperación del pulso habrá de ser el principal objetivo, sin olvidar la necesidad de promover determinadas reformas pendientes, adaptadas a la nueva situación parlamentaria, como el logro de una ley de educación consensuada, que sería la primera de la etapa democrática y que pondría fin a los intolerables vaivenes, que están detrás de la mediocridad actual. Deberíamos poner las bases de una solución para Cataluña mientras se encarrilan los problemas pendientes. La clase política que regresa de vacaciones no tiene tiempo que perder.
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