LA CENICIENTA EN VERSIÓN DEL SEÑOR CONSUEGRA
Cuando el Ballet Nacional de Cuba llega a una ciudad española, el danza toma otra dimensión. Los teatros venden sus localidades y el público enloquece ... con las evoluciones coreográficas de sus intérpretes. La compañía caribeña, que ha tenido momentos difíciles en el pasado, vuelve a tener ese lustre y brillo que la han acreditado durante décadas. Sus jóvenes componentes son el garante de otra nueva etapa de triunfos y esplendor. La llegada de la primera bailarina Viengsay Valdés, al mando de la dirección artística, supone una fructífera recomposición y reposición del repertorio que, hace tan solo una década, nos parecía estancado en el tiempo.
La partitura de Cenicienta (1899) de J. Strauss (hijo) es el único ballet de su creación. Durante muchísimos años durmió en alguna tienda de París por el poco interés que despertara pero en 1996 y, como por arte de magia, el Sr. Consuegra la desempolva, le cambia la linea argumental original y le da vida propia.
La pantomima de todo el primer acto, quizás demasiado largo, facilita la comprensión de esta adaptación de la conocida historia de Perrault. Sencilla escenografía y con un vestuario muy colorista se va centrando al espectador en el argumento. Encanto, belleza y dominio de la expresión sin palabras nos permitió apreciar una correcta ejecución con bellas maneras y con sentido acertado de la comedia. Las continuas variantes de valses, polkas y mazurkas convierten la partitura en un escaparate propio de la familia Strauss alejándolo de la otra partitura, quizás la más conocida por todos, la de Prokofiev.
Yansiel Pujada, Chanell Cabrera y Daniela Gómez hicieron las delicias del público con sus exageradas manifestaciones de odio hacia Cenicienta. Brillante Alejandro Olivera supo imprimir un toque especial en el enamorado «Maestro de danza». Claudia García se nos presentó como la Cenicienta soñadora y triste, ajena a lo que le esperaba. Deliciosos pasajes bailados mezclados con pantomima que la hicieron brillar. Es notable su calidad técnica y su personalidad interpretativa. El primer acto se cerraba con la aparición del Hada Rava y la mágica transformación de la carroza de Cenicienta.
Ya en el segundo acto llegaron las «variaciones» propias de la profesión. El cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba hacía su aparición y nos presentaban toda la artillería con la que conquistarían al público logroñés: mazurcas, polkas y aires de danza española, los aires alegres de «la cachucha», que inmortalizara la bailarina austriaca Fanny Essler.
Magistral y deliciosa estuvo Estefanía Hernández en todas sus apariciones como Hada. Adrián Sánchez fue un príncipe quizás desorientado en su primera aparición sobre la escena pero poco a poco se centraba a medida que la música lo hacía descubrir a Cenicienta. El gran paso a dos estuvo repleto de buena técnica, sensibilidad y calidad interpretativa por parte de ambos. Claudia García brillante en el manejo del giro, musicalidad y «port de brass». Adrían Sanchéz explosivo en su salto con giros equilibrados muy acertados y una fuerza arrolladora en su interpretación.
Yo quisiera destacar de manera especial en el personaje «Waldemar» a un joven Diego Tápanes que nos dejó absolutamente fascinados con la expresividad, potencia de salto, giros equilibrados y una interpretación brillante. Fue un valioso descubrimiento.
El cuerpo de baile es una parte importante que a veces se nos olvida dedicar elogios que merecen. En esta ocasión fueron el alma del segundo acto y el público premio su trabajo con ovaciones cerradas en cada una de sus apariciones. La noche se cerró con una ovación larga y cerrada y un público satisfecho
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