Una de las personas con las que mantengo los debates más enjundiosos (además, claro está, de los de la tertulia de TVR) sobre el estado ... de la nación y resto del universo es mi vecino Rufo. Hombre cabal y apasionado, cuando la ocasión resulta propicia nunca hace ascos a una larga y tendida conversación sobre lo humano y lo divino. Se nos pasan las horas como si fueran minutos, y con frecuencia, al llegar el momento de despedirnos, suele concluir afirmando con talante conciliador: «En fin, no me vas a convencer a mí, ni tampoco yo a ti», a lo que yo suelo responder, amagando una leve sonrisa, que yo sí estoy dispuesto a dejarme convencer, siempre que su argumentario resultara convincente.
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Últimamente Rufo está muy concienciado con la cuestión palestina, como no le había visto con ningún otro conflicto internacional desde los tiempos de la masiva movilización contra la guerra de Irak en 2003. Ha participado en acampadas y todo tipo de concentraciones, tanto a nivel local como nacional, se desplazó a Madrid a abuchear al equipo ciclista israelí y tiene agendado algún que otro partido de baloncesto. Este pasado miércoles 15, el día después de la firma del acuerdo de paz, secundó la huelga promovida por la Red Solidaria Contra la Ocupación de Palestina y diversos sindicatos. Incluso se planteó embarcarse en la conocida flotilla, algo que quizá habría llevado a cabo si su mujer no le hubiera amenazado con un mes de dormir en el sofá.
Cuando hablamos de la tragedia de Gaza ambos coincidimos en que se trata de un genocidio, pero no le veo demasiado satisfecho con la firma del acuerdo de paz. Como buen ciudadano civilizado, lleva defecándose en Donald Trump desde al menos nueve años, y opina que no es justo que el bully norteamericano se haya llevado el protagonismo como reina de la fiesta. Yo añado que, aunque el futuro sea incierto, al menos hay un rayo de esperanza. Nada nos va a devolver a los 68.000 asesinados, pero es urgente que la matanza se detenga ya. Y abuchear a ciclistas o baloncestistas tampoco nos los va a devolver.
Pero mi vecino pacifista se atusa la coleta gris (ya tiene cincuenta y muchos, pero conserva un peinado y atuendo rejuvenecedor) y pone expresión de no estar nada convencido. El mundo está muy revuelto, y el activismo internacional necesita causas comunes que aúne fuerzas contra la injusticia. Yo replico que, por desgracia, no parece que en este revuelto mundo vayan a faltar causas por las que movilizarse. Y, además del obvio caso de Ucrania, le menciono que en la actualidad, por ejemplo, las comunidades cristianas de Nigeria están siendo víctimas de una masacre que, solo en lo que llevamos de 2025, ha dejado 7.000 personas asesinadas y 8.000 secuestradas, ante la inacción del estado nigeriano, corroído por la corrupción. «Primera noticia que tengo», exclama Rufo, y en este punto comprueba el reloj y hace ademán de despedirse, con la fórmula acostumbrada: «Ni tú me vas a convencer a mí, ni yo a ti». Ya. Obviamente.
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