Tribuna

Despedida y llamada de atención

La danza no puede sostenerse solo con pasión. Necesita espacios, recursos, presencia y respeto institucional

Carlos López Infante

Viernes, 10 de octubre 2025, 21:59

Hace 57 años nació un sueño entre paredes humildes y pasos temblorosos. En un pequeño local de la calle Los Baños, contra viento y marea, ... y sorteando las zancadillas y la falta de permisos de aquel régimen autoritario, amenazante y receloso de cualquier atisbo de luz, se inauguró un lugar que cambiaría la vida de generaciones de riojanos: la Academia Infante, fundada por Aurora Infante y Carlos López en 1968. No fue solo la primera academia de baile de La Rioja, sino una de las primeras escuelas de danza de España.

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Allí se enseñó más que danza: se enseñó respeto, esfuerzo, sensibilidad y amor por el arte. En sus aulas se han formado grandes bailarines, pero sobre todo, personas.

El pasado 6 de septiembre celebramos nuestra Gala de Clausura en Riojafórum. Nos habría encantado hacerlo en nuestro querido Teatro Bretón, el escenario que nos vio nacer y crecer, pero las condiciones impuestas por los responsables municipales lo hicieron imposible. Aun así, vivimos una noche inolvidable gracias a la colaboración de todas las partes implicadas y de forma desinteresada y generosa de grandes bailarines del panorama nacional. Fue una celebración de lo que fuimos, somos y dejaremos en la historia de la danza riojana y española.

Ojalá bailarines como Millán de Benito o Alba de Miguel puedan regresar a desarrollar nuestra industria cultural desde dentro

Coincidiendo con la jubilación de nuestra hermana mayor cerramos una etapa. Sin embargo, cerrar una escuela con 57 años de historia no puede ser solo una despedida. Debe ser también una llamada de atención.

La danza no puede sostenerse solo con pasión. Necesita espacios, recursos, presencia y respeto institucional. Durante décadas hemos demostrado que la danza transforma, educa, une y eleva, y aun así ha caminado sola demasiado tiempo.

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Mientras dábamos, crecíamos y construíamos cultura, las puertas del apoyo institucional permanecieron cerradas. Ese abandono crónico, injusto... ¡doloroso! nos obligó a convertirnos en algo que no debimos ser: emigrantes culturales. Nuestros talentos, formados aquí, han tenido que volar y vuelan lejos buscando oportunidades, respaldo y futuro. Y mientras tanto, otros lugares recogen los frutos —y los impuestos— de lo que La Rioja deja escapar.

Hoy, sin embargo, no hablamos con rencor, sino con la voz firme de quien ha resistido demasiado. Cerrar esta escuela no es solo apagar una luz: es preguntarse por qué nadie quiere mantenerla encendida.

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La cultura no puede sostenerse solo con aplausos: necesita compromiso, memoria y voluntad política.

Ojalá quien venga detrás no tenga que emigrar para poder producir danza profesionalmente.

Ojalá veamos algún día un Conservatorio Profesional de Danza en nuestra comunidad.

Ojalá los programadores escénicos sean valientes, y no se limiten a programar con un cuaderno del Inaem en una mano y un presupuesto en la otra y apuesten por los creadores locales .

Ojalá exista pronto una Compañía Profesional Oficial Riojana de Danza, embajadora de una comunidad culturalmente rica y valiente. Estos proyectos son rentables, fortalecen el «branding emocional» y proyectan La Rioja como tierra de talento. Tenemos los espacios, los artistas, las ideas... y las transferencias ¿Qué estamos esperando?

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Ojalá no volvamos a caer en el error de construir la casa por el tejado, con proyectos vacíos como «museos de la danza» creados solo para regocijo de sus promotores. Es hora de priorizar y apoyar el talento local, otorgar becas reales y respaldar a las academias privadas, ya que son hoy por hoy las únicas que sostienen la danza sin ningún tipo de ayuda institucional.

Ojalá bailarines riojanos como Millán de Benito o Alba de Miguel puedan regresar no solo a recibir premios, sino a desarrollar nuestra industria cultural desde dentro.

Porque la danza no debería pedirse por favor: debería sostenerse con orgullo por quienes tienen la responsabilidad de hacerlo.

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Sí, todo tiene un final, pero no todo desaparece. Nuestra academia no ha sido solo un lugar: ha sido hogar, escuela y familia. Más de 4.500 alumnos pueden hoy decir con orgullo: «Yo he bailado en la Academia López Infante» y estamos seguros que lo sembrado vivirá en cada escenario donde nuestros alumnos sigan bailando.

Nos despedimos con gratitud, orgullo y la certeza de haber dejado una huella imborrable. Gracias a quienes bailaron aquí, a quienes enseñaron con amor, a las familias que confiaron y a todos los que ayudaron a divulgar esta maravillosa, sanadora y necesaria forma de arte llamada... ¡DANZA!

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