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Un año en busca de sentido común

MIKEL MANCISIDOR. - PROFESOR DE DERECHO INTERNACIONAL EN LA AMERICAN UNIVERSITY

Martes, 15 de enero 2019, 23:49

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El mundo de 2019 se nos ha hecho más caótico e impredecible. Usted me puede replicar que el sistema internacional ha sido siempre desorden y que el futuro es, por definición, impredecible y está abierto a cambios insospechados e imposibles de anticipar. Mirando hacia atrás, con la ventaja de conocer el resultado, el pasado parece engañosamente predecible y lógico, pero vivido en presente nunca lo es. El presente ha estado siempre abierto, es cierto, pero quizá el mundo de hoy es más incierto y voluble que en años pasados. O, si lo prefieren, es menos aprehensible aplicando lógicas basadas en el sentido común o en la suposición de que las decisiones se toman mediante procesos racionales.

La batalla entre China y EE UU por el control de la ciencia, la tecnología y las comunicaciones se ha hecho explícita. Esta disputa tiene un alcance que va mucho más allá de lo comercial y se eleva a la seguridad y al control global. Nos esperan sorpresas de alto impacto que nos colocarán en un escenario seguramente diferente. Los mercados internacionales están expectantes, prudentes, temerosos, sin atreverse a tomar posiciones.

Rusia avanza firme hacia su objetivo de sentirse respetada y temida como potencial global. Tras ampliar su control sobre Oriente Medio, Putin ha advertido sobre los riesgos de «una catástrofe nuclear global»: «si eso ocurre -añade en su comparecencia de fin de año- podría suponer la destrucción de toda la civilización y ser incluso el fin de nuestro planeta. Espero que la humanidad tenga suficiente sentido común como para no llevar las cosas a tales extremos». Putin ha presentado sus nuevos misiles Avangard que pueden volar a velocidad supersónica y con otros avances tecnológicos que convierten los sistemas de defensa norteamericanos en inútiles y desfasados. El mandatario ruso dice aferrarse a la confianza en el sentido común colectivo, pero si uno piensa en los dos principales jugadores, Putin y Trump, la idea de «sentido común» no es lo primero que nos viene a la cabeza.

El año pasado el riesgo nuclear vino de Corea del Norte. Su dictador, Kim Yong Un, parece otro de cuyo sentido común no quisiéramos tener que depender. Quizá sus decisiones sean racionales, quién sabe, pero aun así estarían basadas en una información tan desconocida y en intereses tan oscuros y paranoicos (mantenimiento del poder absoluto a cualquier precio), que cualquiera de sus decisiones sigue estando fuera de nuestro alcance cognitivo.

En Estados Unidos, tras la dimisión o retirada de los últimos altos cargos con conocimiento y criterio, quienes quedan al frente de la política exterior, de seguridad y militar son arribistas, devotos acríticos, aduladores interesados y en general gente sin escrúpulos morales ni formación, en muchos casos meros payasos irresponsables. El secretario de Defensa saliente ha reconocido que los conocimientos internacionales del presidente son los propios de un niño de 11 años. El caso de la nueva embajadora ante las Naciones Unidas lo dice todo: Heather Nauert, presentadora de Fox y mujer de muy probada ignorancia sobre asuntos internacionales, tendrá el puesto por el que pasaron Stettinius, Adlai Stevenson, Vernon Walters, Madeleine Albright o Susan Rice, tras brillantes carreras. Con ella tendrá la ONU que buscar nuevas formas de colaboración tras el abandonado norteamericano de órganos de derechos humanos y alianzas por el clima.

En América Latina el impacto de la llegada de Bolsonaro (¿debo recordar que Brasil es una economía más potente que la de Canadá o España?) es también impredecible. Todo nos lleva a imaginar un Trump en versión más violenta y sin los 'checks and balances' de la democracia norteamericana. Venezuela hace tiempo que ha pasado el punto de no retorno y de insostenibilidad total del sistema (económica, social y con los índices de violencia más altos). Parece que sólo la convicción de que el siguiente paso es el abismo frena lo inevitable. En Nicaragua la degeneración total del régimen de Ortega, con sus 400 muertos y sus libertades cercenadas, también parece haber superado ese punto de no retorno posible. En estos tres casos sería deseable contar con el sistema interamericano vigoroso de otros tiempos, con medios materiales y políticos. Pero jugar con la legitimidad de los sistemas internacionales, por muy imperfectos e insuficientes que sean, tiene este riesgo: que uno se queda sin ellos cuando más falta le hacen.

Más cerca podríamos hablar del 'Brexit', cuyo desenlace debe aclararse ya, al menos en sus coordenadas más fundamentales, pero que hoy es impredecible. Todo es posible: desde la vuelta a la casilla de salida, hasta el 'Brexit' más duro o sin acuerdo. May está atrapada por el imposible mandato que recibió y por sus propios errores y palabras («no deal is better than a bad deal»).

En el último decenio habíamos avanzado mucho en la lucha contra la desnutrición o la extrema pobreza, y en la mejora de la salud global o la esperanza de vida. Pero comenzamos a observar pasos atrás: vuelve a aumentar el hambre debido, entre otros factores, al cambio climático, según la FAO. Por eso los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030 siguen siendo clave. Quizá esos objetivos sean ese reducto de sentido común y racionalidad que estamos buscando. No suena tan motivador como los sueños populistas -de izquierdas o de derechas- que se venden baratos en las redes sociales, vociferados en discursos facilones y vulgares o tras los adoquines amarillos, pero me temo que es lo mejor que nos queda en el mundo real. Al menos hasta que personas con sentido común ocupen algunos despachos.

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