Vale que los de Logroño somos poco de dar la nota y lo de alumbrar escenas musicales nos parece de una extravagancia hortera y algo ... jipi, pongamos el Madrid petardo y colorista de la Movida, o la Granada de los mil grupos indies de dicción pastosa y rítmica alicaída, pero al menos poseemos la desfachatez suficiente para recibir los dos inicios de año con sendos festivales. Y digo bien, pues si el año natural lo inauguramos con el Actual, son los últimos compases del Muwi los que nos precipitan en septiembre, verdadera frontera del calendario en lo del borrón y cuenta nueva, la vuelta al cole y demás fastidios de la vida seria, rutinaria y circular. Así es que esta noche todo el que quiera apurar los dulces racimos del estío tiene una cita en el parking de Valbuena con las letras corrosivas de Los Punsetes, decanos en esto de atizar himnos instantáneos directos al mentón, o con esa apisonadora deslenguada y vertiginosa que son los Carolina Durante, entre otros. Ojo que se pasa lista, y como decía con gracia cheli el inolvidable Tierno Galván, a colocarse, y el que no esté colocado que se coloque. Y es que no parece mala idea derrumbarse en el lunes uno de calvario, sensatez y penitencias adultas con el sentido común todavía aturdido de riffs y decibelios. Además que por estos pagos todavía uno es capaz de identificar tres o cuatro nombres del cartel, no como en tantos otros festivales de los que fuimos asiduos y hoy su line-up nos resulta indescifrable y la prueba fehaciente de que ya no entendemos nada. Y que nos la trae al pairo no entender nada. «A todo se llega», que dijo el pulcro Juan Ramón, «he aprendido a ser sucio y me parece bien». Aquellos truenos de antaño que habían venido al mundo para beberse la vida a tragos en las barras de La Iguana o el Boogaloo, en los pogos suicidas de Benicassim o el Viña Rock, son esos señores apacibles de hogaño que llaman escenario principal al sofá de su casa. Todas las drogas que consumimos, y con qué idéntico fervor, son legales y por prescripción médica debido a los múltiples achaques. De repente nos sentimos demasiado mayores para criar a unos niños tardíos y algo alienígenas, pero demasiado niños para cuidar a unos mayores súbitamente desvalidos y aniñados. El mundo se vuelve irremediablemente gris y agitas la bandera blanca de la rendición el día en que olvidas que todas las canciones hablan de ti. Que en cada calambrazo de Stratocaster sigue restallando lo mejor de tu juventud, lo más generoso, brillante y apasionado. Hay estribillos que dibujan con nitidez el mapa del tesoro y hay conciertos en los que quedarse a vivir en unos eternos y maravillosos veinte años, con la despreocupación y el arrojo de quien aún se lanza al amor al abordaje. Estaremos viejos y cansados, pero no vencidos. Nos quieren convertir en un algoritmo domesticado, pero es preferible despedir la rebeldía con una última llamarada a verla apagarse lentamente, como decía la canción de Neil Young. Al fin y al cabo ya nos lo advirtieron nuestros Espanto, lo único que importa es que te importe el rocanrol.
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