Como el junco que se dobla sigo en pie
En su última novela Ray Loriga nos recuerda las dos únicas formas que hay de abandonar una fiesta: odiándose a uno mismo u odiando a ... todos los demás. O bien yo me he comportado como un imbécil o bien lo era el resto de invitados. Aunque a menudo la sutil diferencia es la que reside en una copa de más, en esa media hora final aciaga y totalmente innecesaria. Pocas cosas existen en la vida tan determinantes como el saber cuándo ha llegado el momento de irse de los sitios. Hay quien lo aprende pronto y se convierte en un príncipe de la cortesía, y luego están los atorrantes que todo lo arruinan por ser incapaces de despedirse a tiempo. Un tipo maduro es aquel que supo cuándo subir la play al altillo, cuándo encarar la puerta del bar antes del violento encendido de luces, las pastosas declaraciones de amistad eterna, el discurso inconexo que permanece flotando en la resaca como único resto del naufragio. Parece mentira que entre los ochocientos asesores de Pedro Sánchez no exista ni uno solo que no haya experimentado esta ley en sus propias carnes. Y, a tenor de los hechos, no será porque a la teoría socialista actual le falte calle, o incluso malas calles y peores antros. También sería inverosímil que entre esos ochocientos no haya un nutrido número de madridistas de los que siguen cubriendo de lágrimas la almohada con el vídeo en bucle de la despedida de Modric: «No llores porque terminó, sonríe porque sucedió». Solo de imaginarme la guapura de nuestro presidente musitando estas palabras en el Parlamento se me alborota la pelusilla. Cualquiera de esos madridistas, precisamente al hilo del adiós de Modric, y antes de Kroos, podría explicar en Ferraz que los títulos no los ganan los zurditos explosivos de regate abrupto, ni tampoco esos centrales patibularios que salen a recolectar tibias rivales como trofeos de guerra, las copas se alzan por la labor metódica y cartesiana del centro del campo. Los grandes equipos son aquellos con alguien al volante, y aquí sin embargo vamos sin freno y a lo loco con Pierre Nodoyuna en versión lacrimógena y progresista. Para el papel de Patán nos sobran candidatos en el resto de la banda del Peugeot, y lo que no sabemos es cuántos rombos habría que colocarle a esta reedición de los autos locos en vista de su afición a hacer parada, fonda y volquete en los clubes de carretera. Aquel alarde de albañilería con el que llegó Sánchez a la presidencia por fin revela su utilidad. Será por la crisis inmobiliaria que se construyó un búnker, un pisito atrincherado desde el que se asoma de tarde en tarde a cantarle a la chunga pandemia de los hechos consumados que él resistirá, que los Cerdán, Ábalos y compañía le han hecho los sueños pedazos, pero que él permanece en pie hecho un pedazo de junco. Y pensar que nos habíamos librado para siempre de la cancioncita. De entre los ochocientos asesores debería haber al menos uno, futbolero, metafórico, que le recordase a nuestro presidente la gloriosa bajada de telón de Zinedine Zidane. Porque es verdad, Pedro, la realidad es muy cabrona y siempre tiene el rostro y las malas artes de un Materazzi.
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