El 8 de noviembre se celebró el Día Mundial del Urbanismo, una disciplina cuyo objetivo es lograr que territorios, ciudades y pueblos estén bien planificados, ... de tal forma que el desarrollo de las actividades económicas y la calidad de vida de las personas sean compatibles. El Urbanismo existe desde la Antigüedad –hay constancia de asentamientos humanos planificados hace ya miles de años–, pero como disciplina moderna surgió en el siglo XIX para tratar de resolver los graves problemas derivados del rápido crecimiento de las ciudades embarcadas en la Revolución Industrial. Así, el Urbanismo promovió el crecimiento y transformación planificado de las ciudades y territorios para garantizar la existencia de unos servicios e infraestructuras mínimos, para alejar las actividades contaminantes de las zonas de residencia de la población y para crear barrios más saludables. Además, desde finales del siglo XX, la preocupación por el medio ambiente y los recursos limitados del planeta se han incorporado al Urbanismo como una tercera condición que territorios, pueblos y ciudades deben tener en cuenta para lograr que la vida en la Tierra sea sostenible en el tiempo.
En nuestro país, el Urbanismo ha estado presente en los ensanches de las grandes ciudades desde el siglo XIX, siendo el Ensanche de Barcelona uno de los primeros casos de éxito internacional. Pero es a partir de los años 70 del siglo XX cuando la planificación urbanística se generaliza como instrumento para resolver las consecuencias negativas del acelerado crecimiento económico y demográfico de las ciudades españolas. Gracias a la planificación urbana se lograron mejoras sustanciales en cuanto a la calidad de la urbanización, al aumento de las zonas verdes, o a la creación de equipamientos públicos, mejorando en de forma sustancial la calidad de vida en los nuevos barrios y alcanzando también a la población de los barrios más antiguos.
Sin embargo, el estallido de la llamada burbuja inmobiliaria de 2008 en España supuso una cierta crisis de credibilidad del Urbanismo, que fue injustamente acusado por algunos sectores de ser la causa de sobredimensionados desarrollos urbanísticos que realmente no eran necesarios, más allá de alimentar el sobrecalentado negocio inmobiliario y financiero. Sin embargo, el Urbanismo es ante todo un instrumento de planificación y puede dar lugar a resultados indeseables si las previsiones están mal planteadas, pero al menos garantiza un cierto orden y estructura en lo realizado. ¿Se imaginan qué hubiera sido de nuestros pueblos y ciudades si durante los años de construcción desenfrenada no hubieran existido planes y normas que obligasen a ejecutar calles y servicios a la par de la construcción, o que protegiesen entornos naturales valiosos? Y es que tradicionalmente la actividad del Urbanismo se centra en la planificación previa a la utilización del suelo, que es la materia prima con la que se trabaja en esta disciplina. Su objetivo fundamental es hacer un uso racional del suelo, puesto que se trata de un recurso finito, a la vez que se garantiza que los espacios urbanizados dispongan de las infraestructuras y servicios adecuados a la actividad que vayan a acoger.
Es necesario un nuevo marco que sea estricto en cuanto a condicionantes ambientales o de justicia social, pero flexible respecto a nuevos modelos productivos y actividades económicas
En cualquier caso, el Urbanismo es una disciplina que se reformula continuamente para afrontar los retos cambiantes de la sociedad, la economía y el medio ambiente. Así, si el problema en los años 70 y 80 del siglo XX era cómo planificar la expansión de las ciudades para acoger más población y más actividades económicas; en esta tercera década del siglo XXI, el principal reto del Urbanismo está en cómo transformar los pueblos y ciudades sin ocupar más suelo natural o agrícola, mejorando la calidad de vida, facilitando la prosperidad económica para todos y reduciendo los impactos negativos sobre el medio ambiente.
Para ello, el Urbanismo actual propone aplicar tres características a la planificación de nuestros asentamientos y territorios. En primer lugar, una densidad adecuada de uso del suelo, evitando tanto las urbanizaciones de chalés que multiplican los costes de servicios, infraestructuras y movilidad; como los barrios excesivamente congestionados y con escaso espacio público. La segunda característica es la compacidad, que consiste en acercar entre sí las diversas áreas y elementos que conforman las ciudades, reduciendo las necesidades de movilidad y el consumo de suelo. La tercera característica es la diversidad, que se refiere a la convivencia cercana de distintas actividades –vivienda, comercio, oficina, servicios, etcétera– y de grupos sociales con diferente origen o situación económica.
Sin embargo, el Urbanismo está atrapado por un conjunto de normas y legislaciones que están pensadas para la época de la expansión urbana, pero resultan insuficientes para abordar la transformación de la ciudad que ya existe. Es necesario un nuevo marco que sea estricto en cuanto a los condicionantes ambientales o de justicia social, pero que sea flexible respecto a nuevos modelos productivos y actividades económicas, con el fin de abordar los cambios económicos constantes de nuestra época. Mientras tanto, los urbanistas seguiremos trabajando con reglas antiguas para resolver problemas nuevos, pero no cabe duda de que sería peor no disponer del Urbanismo para promover un uso adecuado del suelo y mejorar la calidad de vida de la ciudadanía, tanto en las grandes ciudades, como en los pueblos más pequeños.
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