El periodista Gorrochategui no se explicaba cómo el fútbol podía tener tantos partidarios como una corrida de toros. Lo decía en este periódico en un ... momento (1911) en el que proliferan los editoriales regeneracionistas a favor del higienismo y la educación física. Reflejaba la resistencia a la moda de los sports y al fútbol especialmente por el seguimiento popular que estaba alcanzando.
La competencia de clubes logroñeses no existió a diferencia de otras ciudades más grandes e industrializadas. Al efímero Recreation sucedió el Club Deportivo España de Logroño, su denominación inicial, que no sucumbió a los nuevos tiempos de amateurismo marrón y profesionalización (1926) que culminaron con la creación de la Liga nacional (1929). Todo lo contrario, con el tiempo incluso llegó a competir excepcionalmente frente a históricos como la Real Sociedad o el Real Unión –ya ese 'Real' como distintivo de su categoría– de la federación guipuzcoana donde fue alojado lo mismo que Osasuna. Para ello estrenó el campo de Las Gaunas: «El campo propio es una especie de recinto sacralizado por la memoria colectiva» (Ángel Bahamonde). Pero el entusiasmo dejó paso a los problemas económicos que terminaron con el club.
Obviamente, la crisis del amateurismo tuvo grandes repercusiones en la manera de entender el deporte y por ende en las funciones y organización interna de los clubes. Como señalan Xavier Pujadas y Carles Santacana preguntándose: «¿Tenían todos los socios el derecho a jugar? ¿O sólo los mejores, que se iban diferenciando, utilizando su prestigio? Finalmente, ¿quién debía dirigir los clubs?». En un club tan representativo de esta etapa como el FC Barcelona, estas discusiones se produjeron en 1911-1912 y generaron una pequeña escisión en la entidad. El profesionalismo estaba servido si analizamos la correlación entre espectáculo e incremento de la masa social del FC Barcelona, que entre 1921 y 1924 pasa de 4.302 a 12.207 socios, coincidiendo con la fase de alza del mito de Samitier y la construcción del campo de Les Corts en 1922.
Por el contrario, los clubes en que no se produjo este incremento de socios sufrieron una progresiva dependencia de mecenas, convertidos en los verdaderos propietarios de facto.
Lo advertía premonitoriamente el semanario Los Deportes en 1929, cuando afirmaba que en un futuro próximo «los clubs de fútbol serán sociedades anónimas, o un equipo estará a sueldo de un comerciante especializado». Vamos como Pla en Nueva York ante el espectáculo de rascacielos, luces y neones: «¿Y todo esto quién lo paga?».
Probablemente Enrique Cerezo no, pero le citaré como autoridad en la materia, si se me permite el sarcasmo: «El romanticismo y el sentimiento en el fútbol se deben perder, esto es un negocio».
Es decir, en los negocios impera la cartera quedando poco margen para el corazón. Claro que también hay límites normativos en una sociedad democrática. Bielsa se eleva entre sus colegas para mostrarnos esta gran contradicción más propia del despotismo ilustrado (el habla llanamente de fascismo); todo para el pueblo, pero sin el pueblo, sin que pueda pintar nada en los horarios o al menos conocerlos con mayor antelación, los siniestros lunes, etc. El 'loco' Bielsa añade que el pueblo no puede expresarse, pero exactamente no es eso. Protesta, como en ese minuto 13 que en algunos campos es ya un ritual.
En Cataluña, siguiendo con aquellos años, surgió un movimiento llamado 'deporte popular'. Y en otras zonas, se tradujo en una muy leve influencia de los postulados del deporte obrero europeo, con modelos organizativos y de sociabilidad alternativos a los del llamado deporte burgués.
En definitiva, dos modelos opuestos. Uno que evoluciona hacia la Superliga europea donde la igualdad y pertenencia del club a los socios es una quimera, mientras que otros clubes podrían crear una especie de Olimpiada Popular como la de Barcelona del 36 que la Guerra Civil impidió. No tienen otro lugar en un mercado global con hiperinflación de recursos, que no tiemble Florentino. Alternativa posible histórica a ese odio al fútbol moderno, pero en la Fórmula 1 Porsches contra Seiscientos no compiten.
¿Entonces es mejor un solo equipo para la ciudad y cuál el modelo?
Sin acudir a la IA, entiendo que ha habido históricamente sucesión de clubes más que competencia entre ellos. En un principio el Recreation, luego el Logroño y desde 1940 el Logroñés con el mismo escudo, campo y colores. Más adelante en la posguerra surgen equipos de barrio como Varea o Yagüe, pero sin trascender su representatividad fuera de su distrito.
Como suele predicarse, la victoria cuenta con muchos padres y la derrota con ninguno, huérfana y repudiada. En aquel Logroñés de los años ochenta la gente no compraba su camiseta, sino la del Madrid, la del Athletic o la del Barcelona hasta aquellos años posteriores en Primera; SDL y UDL compiten por el liderazgo en la ciudad. Sólo quien consiga consolidarse dentro de LaLiga, donde la conversión en SAD es obligatoria, merecerá el favor mayoritario del público, más allá de todas estas pesquisas desarrolladas aquí. Y se volvería a hablar del Logroñés a secas, sin siglas. Salvo mecenas –el caballo blanco de los primeros tiempos– que aporten el capital necesario la práctica nos demuestra sus dificultades. Pero claro, aún queda algún lugar para la nostalgia o el sentimiento y el romanticismo en la cruda escena de un capitalismo globalizado.
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