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Sin bajar la guardia

Sin bajar la guardia

Editorial ·

Antes de endurecer las leyes sobre el consumo de tabaco y alcohol, como ha anunciado, el Gobierno debería garantizar el cumplimiento de las vigentes

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Lunes, 19 de agosto 2019, 08:32

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Las campañas de concienciación y las restricciones legales se han revelado insuficientes para impedir un repunte de las adicciones al tabaco y el alcohol. Los progresos registrados en los últimos años se han frenado en seco o incluso han iniciado una cierta marcha atrás como refleja el aumento de los casos de cáncer de pulmón, sobre todo entre las mujeres. El Gobierno en funciones ha planteado mayores restricciones al consumo -todavía por concretar- a través de un endurecimiento de las leyes. Mientras ese cambio adquiere forma, las instituciones habrían de garantizar el estricto cumplimiento de la regulación vigente, que ya supondría un significativo paso adelante en la lucha contra unos hábitos nocivos para la salud que constituyen un problema de primer orden para el sistema sanitario. La ley antitabaco del 2010 marcó un antes y un después al prohibir fumar en espacios públicos cerrados, incluidos bares y restaurantes. Los resquicios que deja la norma y unos sistemas de control no siempre exigentes han limitado su eficacia. La masiva implantación de terrazas en la hostelería ha desplazado a los fumadores del interior de los locales, pero no ha alterado la condición de tales de la mayoría, y en algunos casos vulnera el objetivo de crear espacios libres de humo. Acabar con una permisividad que pone en riesgo a los fumadores pasivos -niños entre ellos- y soslaya las obligaciones legales es una necesidad inexorable. Pero lo es, por encima de todo, avanzar en la sensibilización sobre los peligros que conllevan las denominadas 'drogas legales' y socavar así el prestigio social que aún mantienen; una labor cuyo desarrollo entre los jóvenes resulta de especial urgencia. Aparte de las medidas que incorporaban, asumidas con naturalidad por la ciudadanía, las normativas que pusieron coto al consumo de tabaco y de bebidas alcohólicas en los centros de trabajo o el transporte, representaron un aldabonazo social que contribuyó a una toma de conciencia colectiva cuyos resultados fueron visibles de inmediato. Aún queda mucha tarea por delante. Por ello resulta perentorio seguir por ese camino sin bajar la guardia. Mayores restricciones en las terrazas, prohibición del tabaco en las playas, también en los coches en presencia de menores, un sustancial aumento de su precio... Las posibles recetas son de sobra conocidas. Pero, sin despreciar sus eventuales efectos, la más eficaz será siempre la convicción personal de que fumar es un atentado contra la salud propia y la de quienes nos rodean, por lo que es preferible vivir sin humos.

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