En mi infancia, un cura de pueblo y en un pueblo, en su homilía, tratando de acercarse al lenguaje de sus feligreses, les largaba venablos ... con vehemencia, argumentando que «tenía razones a capazos» para recriminarles en su comportamiento. Enarbolando ese sistema de medida por ser asequible para las entendederas de unas personas, lamentablemente medio analfabetas, y temerosas del castigo divino que les auguraba aquel clérigo desde el púlpito. Esto de los capazos se emparenta con lo de los campos de fútbol que tanto usa el periodismo, dándonos un patrón de comparación de superficie, lo que siempre me induce a dudar de las entendederas de la sociedad sobre el sistema de pesas y medidas y aquello de la barra de platino e iridio que se encontraba en París, que tan arcano nos resultaba de niños.
Hoy los templos han perdido vigencia como ámbitos desde los que adoctrinar, aunque ello no obsta para que sus altares sean usurpados como estrados sobre los que danzar con fines, dicen, de promoción turística; bajo un dudoso vanguardismo que en modo alguno se hubiera hecho sobre el mihrab de una mezquita porque las consecuencias hubieran sido peligrosas. Pero que desde el desvirtuado concepto de lo políticamente legítimo se renuncia a cualquier propósito de enmienda, encorsetándolo todo a los dictados ideológicos de esos roquedales, –tan distantes de la realidad social–, en que se han convertido los gobiernos y aquellos o aquellas que los ostentan. Por el mismo sendero transitan los parlamentos, trasformados en presbiterios desde las que se nos instruye para hacernos parroquianos de las, más que partidos o credos, oportunistas sectas económico-políticas. Por lo que argumentar con conceptos pueriles es muy común y de ahí que, con la indudable pretensión de tensar nuestra conciencia, se nos diga que hay un debate, profundo y acalorado, entre los usuarios del transporte público sobre la renovación del CGPJ. Construyendo para ello una patraña como lo de que un alto cargo utilice frecuentemente el metro, o el autobús, para desplazarse, y que en él obtenga estas conclusiones sociológicas.
La distribución de consignas se percibe en cualquier arroyo en el que se abreve ya que no hay estrado que no sea utilizado como altavoz de eslogan, cuyo fin es el poder y todo lo que conlleva hasta, incluso, reencarnarse en los protagonistas de la serie 'Sucesión'; por lo que ir a Nueva York de cuchipanda, en Falcon, pasa a ser un derecho consuetudinario con sus cargos. O enredar con el señuelo de una intervenida cesta de la compra como encubierta cartilla de racionamiento venezolana es algo que entra en su lógica, desde la atrevida ignorancia que les arrastra hacia la necesidad, incluso, de alentar la pederastia al amparo de la forzada ficción del consentimiento. Tal vez en línea con lo de sólo sí es sí, no sé si tratando de encubrir las sórdidas y oscuras perversiones de los centros tutelados de menores que tienen entre sus manos, y de los que hay casos memorables.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión