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Jueves, 1 de enero 1970
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Turquía posee pruebas del asesinato del periodista saudí disidente Jamal Khashoggi en el consulado de su país en Estambul, al que había acudido a realizar unas gestiones burocráticas, según publicaron ayer prestigiosos medios. Unas pruebas que el Gobierno de Erdogan no exhibe porque quedaría al descubierto que espía a los diplomáticos extranjeros, algo prohibido por la Convención de Ginebra. La brutal represalia contra un adversario del régimen de Riad como Khashoggi confirma la dureza autoritaria de la satrapía saudí, regida por una élite dinástica que mantiene a la ciudadanía sometida a una disciplina medieval y en la que están vetadas todas las libertades. Ciertos avances como el permiso a las mujeres para que conduzcan automóviles son simples artimañas para transmitir una falsa imagen de modernidad y ocultar la masiva violación de derechos humanos. El control sobre el mercado mundial de petróleo, del que el Arabia Saudí es primer productor, y la generosa compra de armas a Occidente le han proporcionado inmunidad y amigos.
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