El encierro se convirtió en una rutina. Levantarse a una hora, intentar recoger el cuarto, leer el periódico con el móvil, comerse las horas e ... imaginar e imaginar. Tuviste días malos de miedo e incertidumbre que pesaban tanto o más que aquellos en los que la tos te impedía abrir esa puerta que te separaba de todo. Y cuando pasó lo peor, tu día era igual: dar un par de vueltas a la cama, ver una serie, hacer planes sin creer que se puedan cumplir... Y esperar.
La rutina se rompía a las ocho. Aplaudías y cogías el móvil para que te viera tu familia: «Estoy bien, tranquilos». Y con eso ayudabas.
Hace más de quince días un test te dijo: «Sí... estás entre los malos» y te aislaste. Y vale que tuviste la suerte de estar en casa, pero era duro hasta que llegaba la llamada.
Pero ayer la rutina cambió. Justo cuando se cumplía un mes del confinamiento tú diste luz a los que te rodean. Porque una segunda prueba te dijo: «Ya estás fuera». Y saliste. Limpiaste esa habitación de virus, imaginaciones y planes que no se iban a cumplir. Aplaudiste a las ocho y dijiste «¡He vuelto!». Aunque nunca te fuiste, pero nos diste aliento. Que se puede vencer. Y yo te dije: «Hermano. Bienvenido de nuevo. Ahora, a por todas».
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