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Agujero negro

«Al independentismo le interesa que tenga lugar una combinación de resistencia pasiva y de esbozos de guerrilla urbana en espera de un nuevo 1-O»

ANTONIO ELORZA

Sábado, 4 de noviembre 2017, 00:01

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Conocemos las líneas generales de lo que ha sucedido, así como su desenlace. Los sucesos tienen su lógica interna. A la vista de la intensa presión ejercida sobre el Gobierno por el PSOE para evitar en lo posible una aplicación del artículo 155, hace días se abrió una puerta para la victoria a medio plazo de Puigdemont, siempre que convocase unas elecciones en las cuales podía presentarse como paladín de la paz, leal a sus ideales y salvador del autogobierno de Cataluña. El Gobierno lograba salvar una circunstancia difícil y desagradable, pues era visible que a Rajoy le disgustaba la utilización del famoso 155, con todas las dificultades técnicas que eso entrañaba y sin otra compañía real que la de Ciudadanos. Tal vez con razón en el fondo, ya que siendo magistrada resulta incomprensible su incapacidad para argumentar, Margarita Robles declaró necesaria la suspensión del artículo si había elecciones, apuntando con su habitual acritud contra el Ejecutivo y no contra los secesionistas. Pero los efectos no fueron negativos en la medida en que el solo anuncio de la posibilidad de esa suspensión abrió un espacio para la negociación, no para el diálogo aunque así se llamara, incluso para las mediaciones que entraron en juego. De ahí nacieron las esperanzas de la mañana del jueves.

Los riesgos de la doble retirada eran graves para el constitucionalismo. Dada su propensión a jugar en política con las artes del trilero, es decir, moviendo constantemente las propias posiciones para engañar al adversario, no era demasiado seguro que respetase el regreso implícito a la legalidad en caso de triunfo electoral. Entonces la imagen del Gobierno de Rajoy, al haber esgrimido inútilmente unas amenazas, para luego retroceder y por fin estrellarse, no sería otra que la de gestor de un Estado fallido. Todo indica que asumió el riesgo y que no estuvo lejos de alcanzar su objetivo. La labor de los mediadores acabó fracasando, en primer plano la del lehendakari Urkullu, si bien no es fácil hacerle reproche alguno.

La calificación de esperpento encaja muy bien con lo sucedido a lo largo de la mañana del jueves. Resulta incomprensible que si Puigdemont había tomado la decisión de marginar la DUI convocando elecciones, de acuerdo al parecer con la mediación, careciese luego de la dignidad para afrontar el giro copernicano obligado por la movilización de independentistas en contra, con la CUP a la cabeza, incluidos alcaldes de su partido, y sobre todo ante el veto de Esquerra. Es la historia de los tres vagones, por los tres componentes con motores propios del Govern, que impediría cualquier detención del 'procès' por el primero.

Oriol Junqueras se le escapó a Puigdemont, uniendo al desacuerdo el rechazo a tomar el relevo, y corrió como un reguero de pólvora lo que llamaríamos el estilo rufianesco de insultar y descalificar, volcado esta vez sobre su president. Y este cedió sin luego explicar nada, salvo una «falta de garantías» que ahora viene avalada por una pluma amiga (Ana Pastor). Es un relato que contrasta con las imágenes airadas de Junqueras, más el tuit insultante de Rufián, ese mediodía, yendo a la reunión de ERC; prueba de que el viraje tuvo ahí la causa, y no en una reflexión personal.

La falta de valor personal se agudizó al rehuir Puigdemont en lo sucesivo la asunción de sus responsabilidades ante la sociedad catalana, evitando hablar jueves y viernes en el Parlament. Por su parte, la mesa del legislativo y los diputados independentistas, como en las sesiones del 6 y 7 de septiembre, convirtieron una corta mayoría parlamentaria en instrumento para aplastar los derechos de las minorías y al tiempo del conjunto de Cataluña. Carecieron además de la dignidad para asumir cada uno su responsabilidad por la ilegalidad cometida; envuelta esta en una sesión marcada por la infracción de toda norma o uso parlamentario, sin intervención del president ni posibilidad de los grupos para debatir el texto independentista. Una farsa trágica.

La intervención de un órgano autonómico no es una excepción en el horizonte constitucional europeo. El artículo 37.1 de la ley fundamental de la RFA sanciona el principio de la «coerción federal», por el cual un Estado puede verse obligado a cumplir las decisiones de la Federación. Y difícilmente puede negarse que todo lo realizado por la Generalitat, desde el inicio del proceso hasta ayer, supone un grave incumplimiento de las obligaciones constitucionales y un atentado a los intereses del Estado. El verdadero problema, ahora planteado para mañana mismo, es conseguir la «coerción federal» con eficacia, sustituyendo en lo esencial a la administración de la Generalitat, empezando por el vértice, el Govern, algo nada fácil tanto en el plano técnico, como en el fáctico, al dar por supuesto que a la resistencia de unos funcionarios se sumarán movilizaciones, paros y actos agresivos, impulsados desde el Govern. Al independentismo le interesa que tenga lugar una combinación de resistencia pasiva y de esbozos de guerrilla urbana en espera de un nuevo 1-O. ¿Elecciones en diciembre? Problemáticas.

En una palabra, imponer la inestabilidad de cara a Europa. Pensemos en el mensaje del presidente de la Eurocámara, Donald Tusk, quien al lado del respaldo a la unidad de España, añade que eso se debe conseguir «con la fuerza de los argumentos y no con los argumentos de la fuerza». A estas alturas, Tusk debiera conocer suficientemente lo que ha sido la política de la Generalitat, no solo frente a la Constitución, sino frente a todo disconforme con el procés. Una guerra al «unitario» que desde hoy se va a agravar. La Cataluña binaria es un hecho. El golpe independentista de Cataluña puede además convertirse en un agujero negro, en torno al cual las distintas fuerzas, y la propia España, giran hoy sin saber claramente si saldrán ilesas o serán absorbidas y destrozadas en el mismo.

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