Vivimos las últimas bocanadas de una legislatura en la que las leyes han sido gestadas desde un vertedero de quincalla mental, pervirtiendo la democracia con ... alianzas inmundas, confinamientos ilegales y normas disparatadas. Un día es la nauseabunda ley del 'sí es sí'. Otro, la inducción hacia la pederastia (vómitos). La ley trans y sus despropósitos ya constatados en otras democracias. Otra vuelta de tuerca al aborto, con menores pudiendo, a su albur, desprenderse del feto como si fuera una flatulencia. La derogación del delito de sedición y el maquillaje de la malversación, para que políticos golpistas y ladrones campen a sus anchas. Terroristas dejados en manos de sus cómplices para que sean liberados y homenajeados como héroes. Unos fondos europeos cuyo uso y destino no sabemos a quién alcanza. En fin, una letanía interminable. Y entre medias, nuestra ciudad, en una estresante y desaforada alteración de calles y rotondas sin más razón que la de un dogmatismo cerril. O un urbanismo a la carta que malversa la legalidad del centro histórico, tachando a los discrepantes de querer impedir que Logroño sea una tecnópolis –en ese lenguaje pomposo con el que se disfraza la soberbia–. La misma que evidencia este baile de San Vito en el que vislumbrar la luz al final del túnel (Vara de Rey) es imposible, lo que nos hace percibir que, como los Feve, convivimos con un problema de gálibo –ético moral (y político)– muy grave. En fin, un año de elecciones cuasi ininterrumpidas que no nos dejarán conciliar sueño amable alguno.
El caso es que uno va cumpliendo (muchos) años y va reflexionando sobre este privilegio de poder expresar su opinión en este diario, sin censura de ningún tipo. Una prerrogativa que me fue concedida por José Luis Prusén y que me ha mantenido, mes a mes, en estas páginas, sin decaer en el compromiso adquirido. Pero hete aquí que Prusén cesó como director hace pocos días, pasando a engrosar el elenco de los jubilados (que en este país somos legión) alcanzando ese inicuo estado de ociosidad que erróneamente se nos supone a los eméritos.
Comprendí que yo también debía intentar alcanzar la (in)tranquilidad que da el mantenerse como mero observador de una realidad cotidiana tan abrupta, alejándome de este intento ciertamente iluso de, ante tanto disparate, indagar en busca de la cordura desde estas páginas durante más de doce años. Así que como ponía al finalizar las emisiones –in illo tempore–en TVE, ha llegado el momento de la despedida y cierre.
Ahora canturreo como Gardel aquello de: «me toca a mí emprender la retirada».
Ha sido un honor –y un regalo inmerecido– haber podido expresar mis desvelos en tantas líneas aquí vertidas; y ha sido también mi autoterapia y tantas veces un alivio para mi alma. Si también lo fue para algunos de los lectores, miel sobre hojuelas. Gracias y hasta siempre.
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