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MIRA POR DÓNDE

ME JUZGA UN MAR

PABLO GARCÍA-MANCHA

Viernes, 12 de mayo 2017, 00:11

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Aveces pienso con mesura; no se crean que no me cuesta. El alma se entretiene divagando y divagar es cavilar sin rumbo, asociando las pulsiones más íntimas que se esconden en los pliegues inaccesibles de la mente con cualquier hecho cotidiano. Últimamente desayuno leyendo una novela polaca de ciencia ficción de principios de los años sesenta. Hay cerebros matemáticos, exactos como relojes atómicos, en los que cada vez que las neuronas se asocian entre ellas brotan toda suerte de planteamientos con lógica algebraica. El orden del mundo al que atienden los poseedores de estas mentes grises se ordena con una arquitectura funcional tan asombrosa como aplastante: son capaces de separar lo importante de lo que es relativo. Establecen una gradación funcional del valor de las cosas. Y me parece admirable. En cambio yo no; a veces lo intento pero nunca me sale. Dejo para ayer lo que era necesario hacer mañana; hice el mes pasado la tontería aquella que me pidieron para el inicio del verano; y cuando menos me lo espero, ya estoy a vueltas con los absurdos textos de Stanislav Lem, que se entremezclan con mis magdalenas matinales: la nave 'Prometeo' se ha ido y me he quedado en soledad en Solaris mientras por la comisura de mis labios se derrama un poco de café con leche. A quién le importa que piense que vivo en un planeta que carece de tierra firme y en el que el único paisaje es un inacabable océano que piensa por sí mismo y se entromete en la mente de cualquiera que ose violar su sagrado silencio. A nadie. A nadie le importa nada puesto que cuando se ordenan los intereses la nada no tiene la más mínima cabida. Como en Solaris, donde se me aparece un mar al completo juzgándome.

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