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Viernes, 30 de diciembre 2016, 21:21
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Los dos últimos expresidentes del Gobierno, Zapatero y Aznar, han adquirido recientemente un protagonismo inusitado. Aznar, ya muy alejado de Rajoy, ha consumado su ruptura con el PP renunciando a la presidencia del honor del partido para mantener la «independencia» de FAES. Rodríguez Zapatero, por su parte, quien ya intervino en la defenestración de Pedro Sánchez, ha unido ahora el homenaje de los suyos por el décimo aniversario de la Ley de Dependencia con el impulso a Susana Díaz a la secretaría general del PSOE. Las dos incidencias no son idénticas porque Aznar tenía ya bien escasa influencia en un PP totalmente renovado y en cambio Zapatero toma partido en un pleito abierto y descarnado pero ambos casos ponen de manifiesto la dificultad de encontrar acomodo a los «jarrones chinos» a que se ha referido el tercero en discordia, Felipe González. La dificultad de encajar a los expresidentes en la vida pública se atribuyó a la juventud con que abandonaron tan alta responsabilidad (González se fue con 54 años, Aznar con 51 y Zapatero también con 51), pero el problema es más bien estructural: en EE UU, por ejemplo, la tradición democrática ubica a los exmandatarios en papeles institucionales de relieve, de servicio al país. Y allí son nulas sus injerencias en la vida de los partidos. Quizá convenga legislar aquí para ellos un estatus respetable y neutral, para utilizarlos también con inteligencia al servicio del interés general.
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