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Coronación en Essen

La fiabilidad de Merkel gana enteros y se ha convertido en el referente de los que defienden la democracia liberal

JOSÉ MARÍA DE AREILZA

Domingo, 18 de diciembre 2016, 00:25

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Angela Merkel trabaja con la vista puesta en las elecciones de agosto de 2017, atenta a la preocupante situación de la política a ambos lados del Atlántico. Su fiabilidad gana enteros ante la próxima entrada de Donald Trump en la Casa Blanca, el desgarro del Brexit o las enésimas crisis italiana y griega. Esta semana la gran mayoría de sus correligionarios la han aclamado en la convención de su partido, celebrada en Essen. No importa que en conjunto se sientan más conservadores y menos europeístas que ella. Son conscientes de que los tiempos que corren no están para experimentos. Merkel simboliza estabilidad, experiencia y seriedad en la gestión de los asuntos públicos, en Berlín y en Bruselas. Además, se ha convertido en el referente internacional de los que defienden la democracia liberal y los logros de la globalización económica. Con su estilo de poder gris, pragmático y adaptativo, la canciller ocupa ya un lugar en la historia cercano al de gigantes europeos como Konrad Adenauer o Helmut Kohl. Tras los errores cometidos durante la crisis migratoria en septiembre de 2015, Merkel ha tirado de reputación para resistir al frente del gobierno y del partido. Quince meses después está claro que ha pasado la prueba. La distancia en capacidades, peso político y prestigio con sus rivales es abismal. El partido a su derecha, Alternativa por Alemania, ha frenado su peligroso crecimiento. Los votantes ecologistas simpatizan con la canciller y no verían mal una futura coalición verdi-negra. Sus actuales socios de gobierno socialdemócratas no se ven en disposición de disputarle la jefatura de gobierno, por más que Martin Schulz haya dejado la presidencia del Parlamento Europeo para bajar a la arena de la política nacional. Merkel ha aprovechado el cónclave de Essen para completar la rectificación de su discurso de generosidad ilimitada en la acogida de refugiados. Mientras preserva el fondo moral de su mensaje -se opone a la eliminación de la doble nacionalidad de los hijos de inmigrantes nacidos en suelo alemán, algo que sin embargo reclaman las juventudes de su partido-, anuncia medidas más estrictas en la concesión de asilo político y la prohibición de llevar el burka en público en toda Alemania. El reto de su gobierno ante la crisis migratoria es doble: primero, el control de fronteras, que solo se puede hacer con un plan europeo y un trabajo intenso con los países de origen y de paso. En segundo lugar, la integración social de más de un millón de recién instalados en suelo alemán, un problema agudo para el que no hay soluciones sencillas. La canciller no ha vendido optimismo ni sueños. Le ha bastado hacer un repaso sombrío de las amenazas y, con precisión de científica, recordar todo lo que puede perder su país si los electores compran la mercancía averiada de los extremistas.

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