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El último en llegar y el primero en irse

La elección de cada ministro fue leída en clave política, menos la del titular de Cultura, un inclasificable en términos ideológicos Su nombramiento concentró las mayores críticas hacia los miembros del Gobierno de Pedro Sánchez

RAMÓN GORRIARÁN

MADRID.

Jueves, 14 de junio 2018, 00:21

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Cuando Pedro Sánchez leyó la lista de sus ministros el 6 de junio, en la sala de prensa de la Moncloa se escuchó un «¿qué?» a duras penas ahogado de los informadores que acababan de escuchar que Màxim Huerta iba a ser el titular de Cultura y Deportes. Era el único nombre del Gobierno que no se conocía hasta ese momento y su nombramiento fue una sorpresa colosal, que diría Mariano Rajoy. En su despedida, él mismo confesó que su designación fue para muchos «extravagante», un adjetivo que compitió con «frívolo, increíble o exótico» que se mencionaban en las conversaciones de gente de la cultura, incluso afín al PSOE, cuando no se hablaba de «'boutade' o 'sanchada'».

Huerta explicó ayer que aceptó el cargo «sabiendo que sería blanco de las críticas por trabajar en un medio que todos ven y todos demonizan», en alusión al canal de televisión en el que trabajó en informativos y programas rosas. Su trayectoria profesional contrastó, para algunos chirrió, con la solidez intelectual que se atribuye a los que hasta ayer fueron sus colegas de Consejo.

Los nombramientos de los ministros fueron leídos en clave política. El de Nadia Calviño, un mensaje a Bruselas; el de Lola Delgado, una apuesta por la justicia progresista; el de Josep Borrell, la baza de la experiencia y el prestigio europeo. Y así hasta 16. Huerta, en cambio, no tenía lectura posterior. Es un progresista sin adscripción ideológica, que comparte algunos postulados socialistas como antes coqueteaba con Izquierda Unida. No ha sintonizado, sin embargo, con Podemos. En el PSOE, más allá del estupor por el nombramiento no había opinión; en el mundo cultural, donde se abrieron ojos como platos, era mirado con desdén porque su obra literaria, aunque acredita buenas cifras de ventas, no está llamada al olimpo de las letras ni recibirá el elogio de la intelectualidad exquisita. Era un ministro sin franja de mercado político.

Segundo plato

Pero al presidente del Gobierno le dio igual, quiso premiar a una persona leal en los peores momentos de su vida política y que le impresionó porque tras su apariencia somera vio lo que otros no vieron, un proyecto cultural. Dicen que no fue la primera opción de Sánchez, que antes tanteó a los escritores Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas, y le dieron calabazas. Pero no deja de ser una de las muchas especulaciones que crecen al calor del habitual secretismo que rodea a las formaciones de gobierno.

Sánchez y Huerta coincidieron por primera vez hace cuatro años en un plató de televisión en el programa de Ana Rosa, en el que el hasta ayer ministro era el segundo de a bordo. De ahí surgió una amistad regada en comidas en el restaurante Válgame Dios, en el barrio de Chueca, y alguna cerveza en el paseo de Rosales, cerca de la sede socialista de la calle Ferraz. En un mensaje de Twitter, Sánchez hablaba de «mi admirado Màxim Huerta», pero de ahí a ponerle al frente de Cultura había un trecho que nadie sospechaba. Todos los ministros son apuestas personales del presidente del Gobierno, pero en este caso es una decisión más personal que ninguna.

Su aterrizaje en el Ministerio de Cultura y Deportes no fue plácido. Salieron a la luz sus mensajes en Twitter displicentes con los deportes y la actividad física, la media naranja de su cartera, y beligerantes contra los independentistas catalanes. Tanto desde el mundo deportivo como desde el secesionista le cayeron reproches y protestas. Pero no era lo peor. En su cuenta de la red social también estaban registrados comentarios poco amables hacia Hacienda escritos entre 2012, cuando la Agencia Tributaria inspecciona sus declaraciones de impuestos, y 2015. «Estar al día con Hacienda ya no se lleva»; «Pero nadie me envía cartas de amor? ¡¡ Todas de Hacienda!!»; «Tú deja de pagar a Hacienda y a la Seguridad Social y verás. Pero un equipo de fútbol...»; «600 millones de euros deben los clubes de fútbol a Hacienda #tócateel coño». Quién le iba a decir que sus «diferencias de criterio» con Hacienda reducirían su vida política a un suspiro.

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