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CRISTIAN REINO
BARCELONA.
Viernes, 18 de mayo 2018, 00:48
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Por primera vez en 40 años de democracia, la toma de posesión del presidente de la Generalitat no fue una fiesta. Ni pompa ni cientos de invitados en las solemnes dependencias góticas del Palau de la Generalitat. Quim Torra prometió ayer el cargo acompañado por su familia y el presidente de la Cámara catalana en un acto muy breve (poco más de dos minutos) y sobrio, con el que quiso escenificar la situación de excepcionalidad que vive Cataluña y la tristeza por los presos y los fugados, exiliados para el indepedentismo.
Fue una ceremonia en la que ni siquiera el presidente de la Generalitat se colgó la medalla con el escudo cuatribarrado que distingue a los jefes del Ejecutivo catalán porque ese distintitivo corresponde a Carles Puigdemont, «el presidente legítimo» para Torra, confeso «presidente interino», y las más de 900.000 personas que votaron a JxCat en las elecciones del 21-D.
La liturgia no pudo ser más sencilla. Una vieja mesa de madera en la que lo único que había era el citado medallón. El secretario del Govern, Víctor Cullell, leyó el decreto de nombramiento, un apretón de manos con Roger Torrent, besos y abrazos a la familia y se acabó.
Torra, que concurrió en el undécimo lugar en las listas electorales de JxCat, exhibió de nuevo fidelidad absoluta a Puigdemont y a su proyecto político. El expresidente de la Generalitat prometió hace dos años el cargo obviando al Rey y a la Constitución. Era la primera vez que lo hacía un mandatario catalán, y Quim Torra lo repitió ayer: «Prometo cumplir lealmente las obligaciones del cargo de president de la Generalitat con fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por el Parlamento».
Ninguna mención a al Rey, a la Constitución o al Estatuto de Autonomía. Unas omisiones que marcan el perfil de la legislatura en la línea de su antecesor, con el desafío al Estado y más proceso secesionista. La fórmula de la toma posesión creará polémica, pero no es ilegal, según dictaminó el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en 2016.
En esta ocasión, el arranque de la legislatura es aún más tormentoso que hace dos años ya que a la toma de posesión de Puigdemont aún acudieron un ministro de Mariano Rajoy, altos mandos de las Fuerzas Armadas y de la Policía destinados en Cataluña y la entonces delegada del Gobierno. A la ceremonia de Torra, en cambio, no asistió ningún representante del Ejecutivo central, que aún hoy controla la Generalitat a través de la intervención amparada por el artículo 155 de la Constitución.
La propia organización del acto escenificó el pésimo estado de las relaciones entre las dos administraciones. Los preparativos corrían a cargo del Palau de la Generalitat, pero el Gobierno tenía más que un ojo puesto. Torra ofreció al Ejecutivo de Rajoy que enviara un representante de segundo nivel, pero la Moncloa se negó y por primera vez desde la recuperación de la democracia la administración central no asistió a la toma de posesión de un presidente de la Generalitat. El Gobierno alegó que se le había intentado «imponer el nivel de la delegación gubernamental». «El modelo de acto organizado por la Generalitat degrada la propia dignidad de la institución», afirmó el Ejecutivo central.
Los grupos de la oposición en Cataluña también criticaron con dureza el acto porque, como en la ceremonia de su antecesor, en la sala no había ninguna foto del Rey, solo estaba la bandera catalana, así como los iconos religiosos del soberanismo, un cuadro de Sant Jordi y una figura de la Virgen de Montserrat. Torra y los pocos invitados, además, lucían un lazo amarillo en recuerdo de los secesionistas presos. La sala elegida, asimismo, no era la de las grandes ocasiones, sino una más modesta.
Después del acto, restringido para los medios de comunicación ya que la mayoría tuvo que seguirlo a través de una pantalla, continuó la sobriedad. Nada de cava ni salida al balcón del Palau para saludar al público. Muy escaso, por cierto, poco más de un centenar de personas que se marcharon a casa sin ver al nuevo presidente.
Torra se limitó a un breve encuentro con los trabajadores de la Generalitat, a los que pidió «el mismo compromiso y la misma implicación» que hasta ahora. Los funcionarios le regalaron un enorme lazo amarillo que Torra colgará de la fachada del Palau de la Generalitat en cuanto tomen posesión los miembros de su Ejecutivo.
Su primer acto oficial será el viaje de hoy a Madrid para reunirse con los exconsejeros y dirigentes que están encarcelados en Soto del Real, Estremera y Alcalá Meco. Torra acabará de perfilar la composición de su Ejecutivo, una vez conozca cuántos exconsejeros están dispuestos a repetir, aunque sea de forma simbólica porque en unas semanas los procesados serán suspendidos para ejercer cargos públicos.
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