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En Ripoll, la décima parte de los empadronados no son europeos, de ellos 600 marroquíes. :: Marcel·li Saenz
Ripoll intenta sacudirse la maldición del 17-A

Ripoll intenta sacudirse la maldición del 17-A

«Las familias de los terroristas todavía no lo han superado», afirma el nuevo imán de la mezquita que dirigió Es Satty Este pueblo marcado para siempre por ser la cuna de los atacantes sigue sin explicarse cómo pudo convertirse en semillero de la yihad

MELCHOR SÁIZ-PARDO

Martes, 14 de agosto 2018, 23:57

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ripoll. En el corazón de Ripoll, a solo unos pasos de la plaza del ayuntamiento, está el carrer Perdut (la calle Perdida). Una placa explica que el nombre de ese callejón se debe a que en 1651 fue tapiado durante un buen periodo de tiempo por ser el foco de una plaga de peste que amenazó el municipio. Casi cuatro siglos después, Ripoll se enfrenta a otra maldición bíblica que, esta vez, sus vecinos no podrán exorcizar con muros de piedra. El estigma de ser la cuna de los ocho terroristas del 17-A se respira en cada rincón de este pueblo de poco más de 10.000 habitantes, puerta de entrada de los Pirineos y que está a solo una hora y cuarto de viaje de Las Ramblas barcelonesas donde el ripollés Younes Abouyaaqoub lanzó su furgoneta contra la multitud.

«Vinguis d'on vinguis, República Catalana» («Vengas de dónde de vengas, República de Cataluña»), reza un cartel 'indepe' colgado sobre un puente del río Ter, a las puertas del pueblo, en el que el municipio da la bienvenida a los extracomunitarios. No en vano, la décima parte de los empadronados no son europeos. Entre ellos, 600 personas provenientes de Marruecos, país de origen de los terroristas. Aquí es casi tan fácil ver un hiyab o una chilaba como un lazo amarillo. Aquí tampoco es difícil escuchar a magrebíes o sudamericanos defenderse en catalán.

Es un pueblo rico, industrial y con una tasa de paro que no supera el 8%. Las grandes fábricas de ventiladores, de plásticos, de alimentación... prosperan por doquier en esta comarca. Quizás por ello los padres de los terroristas lo eligieron para instalarse. Quizás por ello es todavía más inexplicable para los vecinos que esos jóvenes -con trabajo, con oportunidades de estudiar y con recursos que no tienen muchos otros hijos de inmigrados en España- se lanzaran a una yihad que suele enraizar entre los sectores marginados.

«Era un juergas y te lo podías encontrar de madrugada», dicen de un terrorista «Queremos olvidar», se señala en el centro neurálgico de la población marroquí El nuevo imán llegó un mes después de los ataques para coser una «comunidad rota»

Pero en Ripoll no hay guetos. «Eso es lo más increíble. 'El Younes' no es que fuera un buen estudiante, pero era muy responsable y se había convertido en un buen soldador y movía pasta. Hablaba mejor catalán que yo», confiesa uno de sus excompañeros del instituto Abat Oliba, quien recuerda que al terrorista le interesaba la política y que le apasionaban los coches. Su hermano menor, Houssaine -muerto en el tiroteo de Cambrils- era todavía más popular en el pueblo. «Era un juergas y te lo podías encontrar de madrugada sin problema», explica este joven. «¡Es que todavía no me puedo creer lo que hicieron! ¡De aquí, de Ripoll, de toda la vida! ¡Es como una traición! ¡Nos han lanzado una maldición!», se queja amargamente el excompañero de Abouyaaqoub, mientras encamina sus pasos a la estación de ferrocarril.

«Queremos olvidar»

Enfrente del edificio de Cercanías está la cafetería Esperanza, centro neurálgico de la población marroquí de Ripoll. «No, nada de fotos. No queremos hablar. Eso que pasó... no eran musulmanes. Marchaos. Queremos vivir en paz. No tenemos nada que ver. Queremos olvidar», espetan cinco marroquíes que este martes por la mañana juegan a las cartas en el local, en el que no hay ningún otro cliente.

«Olvidar» o no. Ese parece el dilema en Ripoll. «La gente quiere pasar página, pero tampoco podemos olvidar lo que pasó. Claro que seguimos hablando de ello en el pueblo», apunta Pablo Rodríguez, camarero del bar El Punt, un local que no dista más de 500 metros del carrer del Progrés, la misma arteria donde se ubica la cafetería Esperanza' y la sede de la Comunidad Islámica de Annour de Ripoll, una de las dos mezquitas del pueblo en las que Abdelbaki Es Satty, el imán de los atentados, impartió sus prédicas yihadistas y en las que, según los servicios antiterroristas, captó a buena parte de los jóvenes luego radicalizados.

Ese centro no es más que un bajo. No hay un solo cartel que indique que se trata de un lugar de culto. El nido donde se gestaron los atentados parece un anodino local comercial en desuso, en una calle de lo más anodina si no fuera porque solo a unos metros se erigen (como una suerte de oasis fuera de lugar) algunos preciosos edificios modernistas como la Casa Bonada, que, según rezan los carteles, fue erigida en 1921 por un discípulo de Antonio Gaudí.

«Es Satty era mierda»

A las puertas de la cercana mezquita (que no tiene nada de artística) el 'sustituto' de Es Satty al frente de la comunidad se prepara para el rezo de las dos de la tarde. Las palabras se atropellan en la boca del tetuaní Mohamed El Onsre, llegado desde Roses un mes después de los atentados para hacerse cargo de una «comunidad rota» y conmocionada tras el 17-A. «Es Satty era mierda. Sus enseñanzas eran mentira. El Islam es el camino recto. Nada de muertos. El Islam es paz. Aquí, ahora, todo está bien. Los musulmanes de Ripoll son gente de paz. Quieren olvidar y seguir adelante». «Olvidar», de nuevo la misma palabra.

El clérigo, que reconoce que ha sido interrogado varias veces por todo tipo de cuerpos policiales, recita sus argumentos aprendidos de memoria como los versículos de Corán, libro sagrado que -asevera- conoce de memoria y que es su gran (y único) mérito para convertirse en imán, oficio que solo ejerció con 26 años en su Marruecos natal.

«Las familias de los terroristas todavía no lo han superado», confiesa El Onsre, una vez que deja de recitar el discurso preparado para los periodistas. El imán, que nunca conoció a Es Satty, sabe de lo que habla. Desde que llegó se ha dedicado a coser una comunidad en shock. De hecho, él ha sido el que ha llevado de vuelta a la mezquita a El Guazy Hichami y a Omar Abouyaaqoub, padres de cuatro de los ocho terroristas. «Los musulmanes de Ripoll queremos mirar hacia adelante», zanja el amable clérigo.

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