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Soraya Sáenz de Santamaría y Mariano Rajoy, ante la mirada de Fátima Báñez, en el pasillo del Congreso después de la moción de censura. :: diego crespo / efe
Rarezas y cotidianidad en un día extraño

Rarezas y cotidianidad en un día extraño

Rajoy acelera el paso del tiempo con su pulgar sobre el móvil, mientras Sánchez busca la mirada de su mujer, que hace leve el abucheo de la bancada del PP

DOMÉNICO CHIAPPE

MADRID.

Sábado, 2 de junio 2018, 00:42

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El movimiento de dedos sobre el cristal es reflejo del nerviosismo o aburrimiento del usuario. Durante la votación de la moción de censura, Mariano Rajoy frota raudo el pulgar sobre la pantalla, como si así pudiera apurar el trámite. Lo deja cuando votan los últimos cuyo apellido empieza por «p».

Mejor mirar la realidad filtrada por internet, que la más cruda y vívida de alrededor. En cenital, desde la tribuna, se aprecia qué miran los diputados en sus móviles, en coreografía de alzar y bajar barbilla, atentos, si no a cada palabra del orador, sí al relevo. Algunos tienen pasos más complejos, pues alternan el móvil con la tablet. Periódicos, mensajería instantánea, redes sociales.

«Prohibido hacer fotos», recuerda Ana Pastor desde la tribuna. Su culpa es que el Congreso, sin 'selfies', no sea más veces trending topic'. Sin embargo, hay contención: ningún videojuego desconcentra a sus señorías.

Abstracción

Los diputados de Ciudadanos parecen disueltos en el gris de sus trajes, con una pincelada rubia en medio. Desde la tribuna, Begoña Villacís asiste al debate el jueves por la tarde, bien visible, para aupar a Albert Rivera. Al término, detrás de ella, Monedero, otro gran asiduo al móvil y al comentario en voz alta, la invita: «Entonces, ¿te llamo?».

Cuando no protagoniza la sesión, o «hiperventila», como le cantó Hernando en su bolero popular, Albert Rivera se abstrae con la vista fija en el teléfono de capucha naranja, del mismo 'pantone' que el logo de su partido.

Abrazo

Mejor sincronizada está la bancada de Podemos. Al unísono, y con gran resistencia, Iglesias, Montero, Garzón, Errejón posan cabizbajos, rapidez de índice. No aplauden al PSOE en ningún momento. Sólo al final, Iglesias susurra el elogio y busca el reconocimiento en un abrazo. Aunque invitado de piedra estos dos días, el gesto le concede, a él y a los suyos, el poder del hashtag.

Entrenamiento

Caído el Gobierno, con Mariano Rajoy ya lejos del Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría se entretiene en el pasillo, una hora después de la certificación de la derrota. «Si no te abstraes, estás muerto», dice con filosofía a un grupo de periodistas que la rodea. «La vida es un entrenamiento». «¡Es viernes, hombre!» -pide sin ahínco Fátima Báñez, a su lado-. «¡Dejadla!»

Pero Sáenz de Santamaría prosigue, en la actitud tranquila que ha mantenido durante toda la jornada: «Hemos estado siete años. Con todo, tenemos la satisfacción de haber cumplido con nuestro deber y no lo hemos hecho nada mal». Se abre paso, pero se detiene antes de alcanzar el patio: «Esto apenas comienza, sigo siendo la vicepresidenta en funciones». Al salir del espacio blindado del Congreso, escucha los gritos de una muchedumbre en la acera de enfrente. «¡Fuera, fuera!», gritan, hasta que ella desaparece rumbo a Neptuno.

Celebración

Frente al repliegue de los derrotados entistecidos, el festejo de algunos que celebran. Aunque el PSOE no se regodea en la victoria, y acata la tensión del líder como gran argumentario, los secundarios en el debate sí muestran algarabía. Lucía Martín, diputada de En Comú Podem, salta en el patio y come un croissant, mientras espera a Ada Colau, que había salido hacía rato por otra puerta junto a Domènech. Colau estuvo en la tribuna central durante todo el debate. Atenta. Media hora después, se coloca frente a la cámara de televisión. Martín aparece a su lado, la espera. «¡Va a bailar!», dice cándida a quien la acompaña.

En el bar del Congreso, los de Compromís ya empiezan con la cerveza a la una: «¡Todos contra Ciudadanos!», «Por ahora Pedro», «Va a ganar las elecciones y se va a ir como Zidane».

Mirada

En primera fila, los ministros del PP se mantienen en sus posiciones. Vestidos con elegancia clásica, hombres y mujeres. De fiesta nocturna o velatorio. Zoido mueve las piernas con fruición, con el móvil iluminado como un cirio, y Montoro, al otro lado del corredor, da saltos con la mirada, de cara en cara, y después a sus dedos. En la vecindad ya caduca, Cospedal, labios apretados de general en retirada, y Catalá, cabizbajo. Sáenz, en cambio, escruta el hemiciclo, como si buscara algún detalle inusual, rarezas que la entretengan un día extraño. Pero ninguno busca la mirada del líder. Como si ya faltara.

Apoyo

Vestida de rojo muy rojo, en el ala izquierda de la tribuna, Begoña Gómez, esposa de Sánchez, asiente a las palabras del marido. Le apoya así ante los gritos que escapan del ala del PP, sobre todo por los lados de María Teresa Angulo, sin ser ella necesariamente quien grita como fanática de estadio. Alguna voz varonil, pero sobre todo sopranos entonan sueltos «irresponsable» o «¿democracia?», con lo que Sánchez alza la vista hacia su mujer y prosigue. También están su madre Magdalena Pérez-Castejón y su hermano David Azagra, que a veces comentan al oído o sonríen, y la mayoría de veces escuchan tensos, codos sobre muslos. La madre, de gafas grandes, traje oscuro y tieso peinado, se muestra incómoda, quizás enfadada, cuando Hernando llama «parásito» a Sánchez.

Incertidumbre

¿Y el presidente, Soraya?, le preguntan. Ella fuerza la sonrisa: «Ya hemos vivido muchas cosas. Tranquilidad».

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