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Puigdemont da esquinazo a la Policía en un túnel

El presidente de la Generalitat cambió de coche de camino colegio electoral para despistar al helicóptero de vigilancia La jornada de votación del referéndum del 1-O se convierte en una escena de acción de una película de espías

CRISTIAN REINO

BARCELONA.

Martes, 3 de octubre 2017, 00:32

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La jornada del referéndum ilegal del 1-O vivió escenas propias de las películas de espías, con persecuciones, juegos del gato y el ratón y personajes que en un principio no parecen protagonistas y acaban adquiriendo un papel estelar.

La secuencia más peliculera fue la que permitió a Carles Puigdemont votar. Esa era una de las fotos del día y el Gobierno central quería evitarla por tierra, mar y aire. Por ello, diseñó todo un dispositivo policial para tratar de impedir que el presidente de la Generalitat apareciera ante las televisiones de medio mundo depositando la papeleta en la urna. La batalla por la imagen. Si Puigdemont votaba, el referéndum tenía otro vuelo. El dirigente nacionalista no lo tuvo fácil, pero al final consiguió participar, eso sí, no en el colegio que tenía asignado en un principio.

La operación votar cómo sea y dónde sea del presidente catalán arrancó cuando su servicio de seguridad comprobó a primera hora de la mañana que no podría entrar al colegio que le había tocado, en Sant Juliá de Ramis, en Girona, porque estaba tomado por la Guardia Civil, que no dejaba entrar a nadie a su interior.

El cura del pueblo ocultó en la parroquia la urna del colegio que tenía asignado el gobernante catalán

El presidente de la Generalitat cambió de plan y, amparándose en el censo universal que había decretado horas antes y permitía a los electores votar donde quisieran, buscó una alternativa. La solución fue ir a la localidad de Cornellá de Terri, también en Girona, donde tienen la escuela sus hijas, pero necesitaba burlar al helicóptero de la Policía que seguía desde el aire todos los movimientos de su coche oficial.

El equipo de seguridad del dirigente catalán encontró la solución en las películas de acción. En medio de un túnel, la comitiva presidencial paró el vehículo. Iban tres coches en fila: el del presidente y dos escoltas, uno por delante y otro por detrás, como marca el protocolo de seguridad. Aprovechando la soledad del lugar, Puigdemont cambió de coche, y a la salida del túnel, el helicóptero siguió el turismo equivocado. Puigdemont cogió dirección al nuevo colegio electoral y pudo votar. No con la presencia mediática que esperaba, pero el objetivo estaba cumplido. Luego regresó a Sant Julià de Ramis, al colegio inicial, y cuando la Policía ya no estaba, porque se había llevado las urnas, que por cierto le costó encontrar. Allí sí se dio un baño de masas ante la prensa extranjera.

La historia de la urna en la que debía votar Puigdemont también es de película, en este caso más bien de Berlanga. El apoyo de una parte del clero catalán a la causa nacionalista viene de lejos, pero el párroco de Sant Julià de Ramis lo llevó al extremo, hasta el punto que pasó semanas custodiando la urna en la parroquia del pueblo. Mientras la Guardia Civil rastreaba media comunidad autónoma para buscar el tesoro mejor guardado de Cataluña, un cura de pueblo mantenía silencio porque sabía que escondida en la casa del Señor mejor no podía estar. Secreto de confesión que no contó a nadie y permitió llegar al 1-O sin que la Policía española se percatara.

Todo el dispositivo del referéndum, de hecho, estaba ideado para dar esquinazo a las fuerzas de seguridad. Las urnas han estado custodiadas por un ejército de voluntarios, la mayoría de ellos de la ANC, que se han encargado de guardarlas en lugares imposibles de encontrar para la Policía, como garajes particulares, almacenes, trasteros, en el maletero del coche e incluso en bosques. La única consigna era preservar el secreto y no contarlo ni a las familias. El mutismo ha sido tan efectivo, que ni el CNI ha podido dar con las cajas procedentes de China, que han puesto patas arriba la política española y han provocado una crisis de Estado sin precedentes. Algunas de ellas incluso se guardaron en la Cataluña Norte, en Francia, y cruzaron la frontera (lo que queda de ella) en vehículos particulares.

Lo mismo que las papeletas. Una plataforma soberanista de la zona catalana del sur de Francia emitió ayer un vídeo en el que mostraba cómo imprimió millones de ejemplares, que fueron transportados en coche hasta los diferentes colegios electorales.

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