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LA PATRIA MELANCÓLICA

MANUEL VILAS

Sábado, 28 de octubre 2017, 00:51

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Estoy en una ciudad del Midwest, en Estados Unidos. La ciudad se llama Iowa City. En la Universidad de Iowa, una de las mejores de Estados Unidos, y por tanto una de las mejores del mundo, estoy dando un curso de literatura española contemporánea y otro de creación literaria. Veo la televisión española por Internet. Veo los rostros crispados de los políticos españoles. Veo desesperación en todas las imágenes que me llegan desde España. Regreso a España en Navidad. Pienso: igual cuando regrese ya no tengo país. Hago bromas. Lo normal es hacer bromas, pero veo que las bromas ya no tienen sitio. Pienso: los americanos tienen universidades magníficas. Pienso: me gustaría que los españoles tuvieran universidades como las americanas.

Aquí te pagan mucho más que en España. Puede que lo que pasa en España y en Cataluña tenga su origen en todos los ministros de Educación que ha tenido España en los últimos treinta años. Convirtieron la educación en algo barato y cutre. Solo eso puede explicar que a un luchador histórico del antifranquismo ahora se le llame «facha». Los sueldos que se pusieron los ministros de Educación en España eran cinco veces más grandes que el sueldo de los profesores de la enseñanza media y universitaria. Y lo siguen siendo. Tal vez eso explique el enorme fracaso sin paliativos de la educación en España. Un catedrático de universidad en Estados Unidos cobra lo que cobra un ministro en España.

Nunca supimos priorizar lo importante. Decía Hannah Arendt que lo peor que se le puede hacer a un ciudadano es privarle de su nacionalidad. Decía que la nacionalidad es lo que dota a un ciudadano de visibilidad, de existencia social, de derechos políticos, de realidad. Pobres españoles, pienso. Y pobres catalanes, qué diría de ellos Hannah Arendt. Veo cómo la oposición en bloque se levanta del Parlamento Catalán. Veo cómo eso les da igual a Puigdemont y Junqueras. En el fondo, piensan que el PP, Ciudadanos y el PSOE son partidos de la alienación política. Piensan que acabarán disolviéndose cuando la República comience a funcionar. Piensan que son partidos del colonialismo. ¿Lo son? Veo el rostro de Puigdemont cuando escucha hablar a Inés Arrimadas. No piensa esto: es una mujer que tiene ideas equivocadas, pero representa a más de setecientos mil catalanes. Piensa esto: qué hace esta indocumentada, esta charnega, esta neofranquista hablando en mi Parlamento. Cuando habla Miquel Iceta, el inconsciente de Junqueras piensa esto: otro siervo de Felipe VI hablando en la casa sagrada de los catalanes. Yo veo todo esto desde los Estados Unidos. Lo veo en una televisión de 43 pulgadas que cuesta aquí la mitad de lo que cuesta en España. Y apago la televisión y me marcho a la universidad. Suerte del mando a distancia, pienso.

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