Borrar
División identitaria. Las dos banderas, la constitucional y la indepentisa, rivalizan en calles y balcones. :: andreu dalmau / Efe
La oleada de división 'ahoga' a los catalanes

La oleada de división 'ahoga' a los catalanes

Sus ciudadanos admiten que la fractura social que se ha creado «se agrandará aunque se logre parar el conflicto político»

ANTONIO CORBILLÓN

BARCELONA.

Domingo, 8 de octubre 2017, 00:34

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Se llaman María Ángeles, Luis, Pere, Manuel o Rosa. Cuatro nombres cualquiera para ponerle rostro a la fractura social catalana. Y a su factura, que ya está pagando una comunidad de 7,5 millones de personas. Pero podían ser Joxian, Miren, Bittori y el Txato, los personajes de 'Patria', la novela con la que Fernando Aramburu ha metido el bisturí hasta el fondo de las heridas morales que aún no ha logrado cerrar la sociedad vasca. Aún reos de lo que sus independentistas llaman asépticamente 'el conflicto'.

La directora de cine, Isabel Coixet, la de mayor proyección internacional de Cataluña, resume esa corrosión social con descarnado pesimismo. «Veo un suicidio a cámara lenta y no sé por qué». Con una hija de 17 años, Coixet reconoce que «no sé cómo explicarle todo esto a mi hija». Apela al mestizaje entre una madre salmantina y un padre catalán que «me enseñaron que el amor a esta tierra no necesita de banderas ni demostraciones callejeras».

La realidad es que los barrios de Cataluña se han llenado de víctimas de otro término quirúrgico: 'el procés'. Y, pase lo que pase en los próximos días, ambos extremos están de acuerdo: «aunque se pare la política, la fractura se va a agrandar. Ves a la gente callada y con la mirada torva hacia el que no es de los suyos». María Ángeles y su marido, Luis, llegaron a Sabadell desde el corazón de Castilla hace 41 años. Él pertenecía a la generación de cientos de maestros de toda España que sacaron plaza en las escuelas catalanas. «Somos de los últimos que quedan, la mayoría se volvieron con la inmersión lingüística que se ha impuesto desde hace 30 años».

LAS CLAVESHan transportado el 'veneno' de las diferencias. Todos admiten que han borrado grupos y contactosSe masca un silencio colectivo y el rechazo de conversaciones de contenido político

Su vida en el centro de Sabadell, «la Cataluña pura y dura», se ha contaminado de una atmósfera cada vez más irrespirable. Llena de gestos hostiles. En su comunidad (28 vecinos) son los únicos que no son catalanes cien por cien. «En mi escalera ya no me saludan en castellano y en las reuniones de la comunidad ni se plantea no hacerlas en catalán. La mirada de superioridad se ha agudizado de dos años para acá», lamenta la mujer.

Su relato de las afrentas se tiñe de matices y ejemplos sin parar. El matrimonio cita a amigos con los que ya no pueden hablar ni quedar. María Ángeles, 65 años recién cumplidos, se emociona al hablar de Nuria, su mejor amiga 'indepe' con la que caminaba cada día para no perder la forma. «Antes hablábamos de todo en nuestras rutas. El cariño estaba por encima de nuestras divergencias. Hasta que le dije que yo no entendía España sin Cataluña. Me pidió que 'mientras esto no se calme no vamos a poder caminar juntas'». Con los años, Luis recicló su vocación educativa y abrió un despacho en casa. «No soportaba la deriva de adoctrinamiento que veía en algunos colegas».

La deriva del 'procés' incluso roza su ámbito familiar. Con el marido de su hija menor, un hombre de familia manchego-catalana sensible a la causa separatista, María Ángeles tuvo una conversación «subida de tono, sobre todo cuando me soltó lo del 'España nos roba'». Su hija, funcionaria pública, tuvo que mediar por la vía más práctica. «Si quieres que tengamos quién nos cuide al niño, creo que tu suegra (o sea, su madre) se acabará marchando», le soltó a su marido.

Donde aún gana España

Amplias zonas de Badalona, la segunda ciudad de Cataluña, todavía son para los independentistas 'territorio comanche'. En sus barriadas periféricas las banderas constitucionales con el 'Si, a España' rivalizan e incluso vencen a las esteladas. Pero no en el estrecho callejón del Pasatge Barberá, que da acceso al Cultural Centre Homologat, un viejo convento reconvertido en colegio infantil. Las pancartas que reclaman 'Democracia!, Democracia!' cuelgan sobre las cabezas de los padres que esperan a sus hijos.

La puerta metálica se abre solo cada vez que sale un crío. Son más que evidentes los corrillos de padres. Sólo Pere, un técnico comercial de 36 años, acepta romper los 'noes' constantes del resto cuando se les pregunta por el ambiente escolar. «Tengo un chaval de 8 años y le he sacado del equipo de fútbol sala en el que jugaba. Le han llegado a decir que su padre 'está loco' por querer marcharse de España. Nos acusan de adoctrinamiento pero ¿quién adoctrina a quién?», se pregunta.

Este hombre, de Badalona «de siempre», insiste en aceptar y compartir el crisol cultural, la 'babel' humana de su ciudad, pero cree que el futuro «debe abrirse hacia una verdadera identidad de país» (...país catalán, se entiende).

Hay algo que iguala a unos y otros. Las redes sociales están siendo una de las claves de la capacidad de movilización de la 'marea' independiente. Y hasta ahora han ganado la batalla. Pero el cisma entre unos y otros les ha obligado a darse de baja en grupos de WhatsApp o Facebook para evitar choques y cruces.

Manuel Serrano no sólo se ha salido de todos los que compartía con sus familiares lejanos y amigos. «¡No aguantaba más!». Este gaditano catalán (51 de sus 66 años en la Ciudad Condal) ha borrado de su agenda sus habituales citas con excolegas en la hidroeléctrica Fecsa, donde trabajó toda la vida. «Teníamos una cena cada semana pero se acabó. Algo se ha roto en todos nosotros», lamenta. Su mujer, Dolores, trabaja en la Consellería de Salut de la Generalitat. Allí también se acabaron los corrillos de novedades o los veinte minutos para compartir un café. «Se ha impuesto el pensamiento único», zanja.

Con esos argumentos todo el mundo se pregunta qué está pasando en las aulas. Desde hace ocho años, el bilbaíno Juan Luis Gahete da clases en el instituto Doménech Perramón de Arenys de Munt. Este pueblo (8.600 habitantes) fue el primero de Cataluña en convocar un referéndum de independencia (2009).

-¿Hay adoctrinamiento en clase?

-Ésta sociedad está incubando un problema muy gordo, sin solución. Pero en mi instituto, en un pueblo muy independentista, no se dan consignas en el aula. Cuando algún alumno ha entrado en clase con una estelada se la hemos quitado. Sin más.

La siempre ruidosa, cosmopolita y colmatada de actividad Barcelona se desliza hacia un silencio general en el que se destilan temores colectivos. Ni el bullicio de los turistas (aquí también se aprecia ya la merma) cambia el tono. En la huelga general del pasado martes 3 de octubre, Jordi Sants, que regenta un taller mecánico en la Gran Vía de las Corts Catalanas, cruzó la calle para comprar en el Mercadona. «Me encontré preguntando a la cajera entre susurros por qué no hacía huelga. Algo no funciona cuando tenemos miedo a hablar entre nosotros».

Tras el clímax 'indepe' del pasado domingo estos últimos días todo el mundo habla de diálogo. Los pancartas blancas de 'Parlem' 'Hablemos' se dejan ver en algunas fachadas. Y alguna esperanza se abre paso entre tanta desconfianza colectiva.

«El otro día en Sabadell -se emociona al contarlo, María José- venía por la otra acera Rosa, una amiga catalanista a la que llevaba tiempo sin ver. Cruzó la calle, me saludó cariñosa y me dijo: 'tú y yo siempre seremos amigas'. Ese 'seny' catalán todavía existe», reflexiona.

Y también lo maman los adolescentes. El miércoles 200 alumnos del instituto El Palau en San Andrés de la Barca (comarca de Llobregat) rompieron el muro invisible que ya percibían con sus compañeros. 'Stop adoctrinamiento' escribieron en una pared del centro. «Los que no eran de padres independientes se quejaban de que les arrinconaban en clase o en el patio», lamentó Silvia, madre de uno de las víctimas.

El teatro Tívoli está en el carrer del Casp de Barcelona, justo al lado de la sede de los anticapitalistas de la CUP. El monologista Leo Harlem presenta estos días 'Hasta aquí hemos 'llegao'. Podrían ser 90 minutos terapéuticos para todos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios