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Felipe VI gesticula en diferentes momentos de su discurso del martes. :: r. c.
El «dedo acusador» del Rey

El «dedo acusador» del Rey

El discurso sobre la crisis catalana desveló un Felipe VI «contundente» en las palabras y «serio y triste» en el gesto

YOLANDA VEIGA

Jueves, 5 de octubre 2017, 00:19

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Ni un 'bona nit' ni una concesión en el gesto. El Rey Felipe VI dirigió el martes por la noche un contundente mensaje a la nación en el que emplazó a los poderes del Estado a «asegurar el orden constitucional». Fueron siete minutos de alocución... y un gesto «revelador», muy significativo del momento que se está viviendo: la mayor crisis desde el 23-F. César Toledo, experto en comunicación no verbal, analiza al detalle la gestualidad del Rey durante el discurso que ofreció anoche, una emisión vista por más de 12 millones de espectadores.

El dedo acusador

Un gesto nuevo y espontáneo

En un momento del discurso, el Monarca habló del Estado y se le hinchó el pecho, un signo de orgulloLa emoción principal que el jefe del Estado transmitió a través de los gestos fue tristeza

«Lo que más me llamó la atención del discurso fue ese dedo índice acusador. Es un gesto absolutamente inusual en él y lo utilizó hasta cinco veces en seis minutos, algo muy revelador. El Rey apuntó exclusivamente a alguien, a quien cree responsable de la crisis catalana, y le señaló con mucha dureza. Ese índice señalador tiene una contundencia más allá de las palabras y aunque el discurso estaba muy medido, pese a ser directo y contundente, parece una expresión espontánea. Más aún, hasta natural, porque además se le 'dispara' unos segundos antes que las palabras. Eso le dio mucha credibilidad, viéndole nadie dudaría de que lo que estaba diciendo es lo que cree, de que no está dando un mensaje que convenga, sino un mensaje que él está convencido de que es verdad. Hay una coherencia absoluta entre la mano y el mensaje que pronuncia».

Enfatización de las palabras.

Los puños cerrados y el pecho hinchado

«En un momento del discurso, el rey Felipe VI habló del Estado y se le hinchó el pecho. Otra evidencia de que está orgulloso de su país y convencido del mensaje que está trasmitiendo a la audiencia. En otro momento de su intervención cierra los dos puños para darles más fuerza a las palabras. Ambos son gestos que Felipe VI ha ido aprendiendo. Desde que fue proclamado hasta hoy, su comunicación gestual ha mejorado mucho. Al principio era bastante fría, pero ha evolucionado e incorporado gestos que ya son habituales en él, como ese de cerrar los puños para enfatizar sus palabras».

Tristeza

Sus ojos denotaban dolor

«En ningún momento se permitió un atisbo de sonrisa. La emoción principal que transmitió a través de los gestos fue tristeza. Se notó en esas pequeñas arrugas en la frente que se forman cuando se elevan las cejas. A pesar de que estaba muy contenido, de que estaba leyendo en un 'telepronter', de que el escenario era muy encorsetado... los ojos denotaban tristeza y hasta cierto dolor. También ansiedad. Como a cualquier orador que está nervioso, se le secaba la boca, por lo que tuvo que mojarse los labios en alguna ocasión, señal de que también estaba estresado. Otro detalle que dejaba entrever ese nerviosismo es que se removía en el asiento».

El «error» en la escenografía

No debieron haberle puesto un sillón con ruedas

«El plano era tan corto y el respaldo del sillón era tan alto que el mínimo movimiento se notaba. El Rey se removió en la silla, lo que daba una sensación no solo de nerviosismo sino que inconscientemente el espectador percibía cierta inestabilidad. Fue un error elegir ese tipo de sillón con ruedas y giratorio. Por algo no se utilizan nunca en los platós de televisión, precisamente para evitar que se deslice cuando la persona se mueva. Fue la única equivocación en la escenografía, el único detalle que se descuidó».

¿De pie o sentado?

Buscó ofrecer una imagen de autoridad

«De pie siempre se comunica mejor que sentado. Pero en lugar de eso, los asesores de La Zarzuela optaron por elegir un sobrio escenario con el Monarca a su mesa. La pretensión era ofrecer una imagen de autoridad, de distanciamiento. El Rey no quería hacer ninguna concesión a la interpretación, quería dar un mensaje institucional diáfano, que la gente entendiera que no estaba hablando una persona, sino la máxima autoridad del Estado. Salvo el detalle de la silla, todos los elementos eran adecuados, el cuadro de Carlos III detrás, las banderas españolas y europea en el plano, que es lo normal... La vestimenta, con traje y camisa blanca y corbata granate, también fue la adecuada».

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