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Sesión en el Parlament durante la comparecencia de Carles Puigdemont el 10 de octubre. A. EGEA / REUTERS
Cataluña vuelve a la casilla de salida

Cataluña vuelve a la casilla de salida

Las elecciones que Rajoy convocó para normalizar la situación política en Cataluña se han convertido en una bomba de relojería que puede reforzar al independentismo

CRISTIAN REINO

Domingo, 5 de noviembre 2017, 00:24

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El independentismo se encontraba casi perdido cuando la Audiencia Nacional irrumpió en seco en el proceso y dio alas a quien ya se estaba diluyendo como un azucarillo. De la noche a la mañana, y mientras el secesionismo veía que tras declarar la independencia la bandera española seguía ondeando en el Palau de la Generalitat, se empezaba a reconocer que con el 47% de los votos no se podía llegar más lejos. Que la secesión 'low cost' y sin efectos no es posible, que la vía elegida podía llevar al conflicto social, que es mejor no tener prisa, que no había estructuras de estado preparadas para sustentar la proclamación de la república, que Cataluña quedaría fuera de la UE o que aunque ha habido dos millones de personas empujando desde dos años, de alguna manera actuaban con mucho voluntarismo pero dando por ciertas muchas cosas que no lo eran.

Los mismos que durante cinco años han estado agitando a las masas a estar en primera línea habían iniciado la marcha atrás. El castillo de naipes del proceso se desmoronaba. La convocatoria de elecciones por parte de Mariano Rajoy, en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna, y la casi inmediata asunción por parte de las fuerzas soberanistas de unos comicios autonómicos, descolocaron por completo al electorado soberanista. La marcha de medio Ejecutivo, con Carles Puigdemont a la cabeza, acabó por desconcertarles por completo. En ese momento, la jugada de Rajoy de convocar elecciones de forma inmediata, para neutralizar al independentismo y tratar de normalizar la situación política, podía tener su efecto en las urnas.

Pero después del encarcelamiento del exvicepresidente y siete exconsejeros y la orden de detención internacional para Puigdemont y varios de sus excolaboradores que siguen con él en Bruselas, las elecciones se han convertido en una bomba de relojería que puede agravar el problema si el independentismo refuerza la mayoría absoluta que logró hace dos años.

El objetivo de los independentistas es superar el 50% de los votos el 21 de diciembre Una pugna entre ERC y PDeCAT aumentaría el desconcierto en una parte del electorado

En las elecciones del 27-S de 2015, las fuerzas secesionistas, Junts pel Sí y la CUP, obtuvieron el 47% de los votos y 72 de los 135 escaños de la Cámara catalana. A pesar de las estrecheces, el Parlament aprobó la ley del referéndum y la ley de transitoriedad jurídica, se celebró un referéndum y se proclamó la república independiente de Cataluña.

El independentismo querrá subir el listón si mejora los resultados. Por ello, su objetivo en esta ocasión es superar el 50% de los votos para que desde la oposición no les puedan decir que no representan a la mayoría social del país. «Estas elecciones sólo pueden ser un paso más para consolidar el camino, para acumular mayorías, fuerzas y ganar más legitimidad», afirmó ayer la secretaria general de Esquerra, Marta Rovira.

Campaña del secesionismo

El encarcelamiento de sus dirigentes sirve en bandeja la campaña a los secesionistas. El argumentario está cantado: vuelve el franquismo, libertad, amnistía de los presos políticos y defensa del autogobierno de Cataluña y de la república. Rajoy arriesgó, aunque las elecciones pueden convertirse en un plebiscito contra el 155 y contra el propio Gobierno central, que ponga en riesgo la legislatura española.

La consigna en el PDeCAT es la siguiente: «Tenemos que inundar las urnas de votos a favor del país y la amnistía y en contra de un 155 miserable que Rajoy, y las fuerzas que le apoyan, quieren implementar». ¿Qué ocurrirá si el independentismo supera el 50% de votos y ronda los 80 diputados? ¿Aceptará el Gobierno el resultado?, cuestionaron ayer desde ERC.

Está por ver, si bien el Gobierno central habría traslado estos últimos días a representantes diplomáticos y del cuerpo consular en Barcelona que para cambiar las leyes como la del Estatuto son necesarios 90 diputados (dos tercios de la Cámara) y que con una mayoría absoluta como la que actualmente tenía Junts pel Sí no es suficiente.

Eso sí, el resultado del 21-D es toda una incógnita porque la montaña rusa que es la política catalana sube y baja casi en el mismo día. En el último sondeo del CEO, realizado entre el 16 y el 29 de octubre, es decir, con posterioridad a la primera marcha atrás de Puigdemont y la proclamación de la república, las expectativas apenas cambiaban respecto al parlamento actual.

El sentimiento independentista recobraba un fuerte impulso, según el CEO, pero en votos y en escaños no se apreciaba. En parte, porque en Cataluña los bloques están muy definidos desde hace mucho tiempo y no hay casi traslación. Hay una especie de empate eterno. Según cómo transcurra la campaña puede además que haya un cierto cansancio entre el independentismo e incluso miedo, cuando se escucha a los diputados de Junts pel Sí, como Lluís Llach, que llama a las barricadas para que se dispare la prima de riesgo española, como si no afectara a Cataluña, o a Toni Castellá y su «guerra entre buenos y malos».

Si el independentismo no es capaz de concurrir unido, la pugna entre ERC y el PDeCAT puede ser de alto voltaje, lo que aumentará el desconcierto en la parte de su electorado que no entiende que no se pongan de acuerdo cuando tienen a sus primeros espadas en la cárcel. En lo que sí se diferenciarán las elecciones del 21-D a las del 27-S es en que la mayoría de los que concurren lo hacen con las cartas descubiertas. El independentismo ya ha dejado claro hasta dónde puede llegar y qué efectos tiene lo que plantea (fuga de empresas, fractura social y rechazo frontal de la UE) y el constitucionalismo ha demostrado todo lo que está dispuesto a hacer para frenar la ruptura.

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