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MATEO Y EL TEATRO

RICARDO ROMANOS

Jueves, 20 de septiembre 2018, 23:39

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Suena el teléfono: Hola, hermano, que a ver si me escribes algo sobre cómo eran los teatros mateos allá por tu antigüedad, ¿para el jueves quizá? Pues bueno, corto y perezosamente me pongo a ello ahora mismo, hermano. Pues gracias, majetón. Pues hay de qué. Y aquí estoy, ganduleando en la memoria, corto, como he dicho. Porque a ver quién me cuenta, sin haber consultado archivos ni hemerotecas, qué teatrerías vinieron a alegrarnos las mateas durante la década de 1960/70, que fue cuando me ponía, nos poníamos, corbata para ir al Moderno o al Bretón. Digo esto porque si se me hubiera solicitado rememorar, pongo por caso, las compañías que vinieron a nuestra capital en 1624, pues me hubiera releído los magníficos trabajos del profesor de aquí Francisco Domínguez Matito y ahora podría comentar que más o menos por septiembre de aquel año vino a nuestra corrala, por ahí en el Coso, por donde están tirando el cuartel de la Policía Armada y estuvo el Hospital de la Misericordia, la célebre compañía del famoso autor Alonso Díaz de Castro. O si se me hubiera indicado por tema el teatro que se vio en Logroño entre 1850 y 1900, pues mi memoria se hubiera regocijado otra vez con el ameno rigor investigador de Inmaculada Benito y ahora les contaría a ustedes que en septiembre de 1871 llegó a Logroño a visitar a Espartero don Amadeo I de Saboya, rey circunstancial de España, y unas bellas señoritas logroñesas le ofrecieron en el Teatro Liceo un conciertito de piano y una funcioncita teatral, muy aplaudido todo ello por la élite social logroñesa. Y si me hubieran dicho: Hermano, cuéntanos qué pasó en nuestros teatros durante la guerra incivil que seguimos padeciendo, pues habría consultado inmediatamente a María Ángel Somalo y ahora estaría escribiendo aquí que en los mateas de 38 y el 39 nos visitó la Compañía de Alta Comedia de Nini Montián y Rafael Bardem que hicieron las delicias del público con su repertorio: la 'comedia de misterio' Veinte años después, de Richard Morris, el aristocrático dramón Felipe Derblay o amor y orgullo, del prolífico y decimonónico autor francés Georges Onhet, y Currito de la Cruz, aquel melodrama taurino de Linares Rivas y Pérez Lugín donde destacó para la crítica el niño-actor Pepito Luisín García. No faltó la franquista Celia Gámez con su Compañía de Operetas, que puso en escena la vienesa La duquesa del Tabarín de León Bard, y la alemana La casta Susana de Georg Okonkowsky con música de Jean Gilbert: el respetable se conmocionó, aplaudió mucho y para terminar levantó el brazo y cantó el Cara al sol con las camisas recién planchadas. Claro que si me hubieran encargado soltar el rollo sobre los años '50 también hubiera recurrido al ángel de María Ángel, porque yo sólo les puedo hablar de Gorgorito en la Glorieta, que era el único plato fuerte de nuestras infantiles teatro-mateas. Pero no: mi antigüedad inconsciente se remonta solamente a los años '60. ¿Y qué pasa con los mateos años '60? Pues que como no puedo recurrir sino a la memoria porque a nadie le ha interesado el asunto, tan sólo me acuerdo de lo guapa que era, es, mi novia y de que con mi novia fui a ver en vísperas festivas a don Enrique Guitart, prodigioso actor muy parecido a mi padre, en el fantástico monólogo Las manos de Eurídice del brasileño Pedro Bloch. Don Enrique, que entraba al escenario por pasillo de platea, se fijó en mi novia, cómo no, y aprovechó para sacarla al escenario. Esto, mi novia y don Enrique, me animaron mucho a ir corriendo a Madrid a estudiar Arte Dramático. Recuerdo también, aunque me bailan las fechas, una indescriptible función de Ama Rosa, versión teatral de un lacrimógeno folletón de Guillermo Sautier Casaseca que llevaba una década triunfando en la radio. Al gallinero del Bretón fuimos unos cuantos, y no digo nombres, pertrechados con sábanas para limpiarnos mocos y llantinas tan estrepitosas que, amablemente, fuimos desalojados por los del cuartel de más arriba, aquella grisalla. También recuerdo, faltaría más, al Teatro Argentino y al Teatro Chino de Manolita Chen, de barraca, el cabaré de los pobres, se decía. Ahí en la Gran Vía cuando no era la Gran Vía. Allí ví un número prodigioso, de amor lésbico, atigrado, entre dos hermanas gemelas que me produjo un fuerte y emotivo impacto . Rebusco en mi colección de programas festeros y no hay nada. Por no haber, oh consuelo, no había ni degustaciones gastronómicas. Una nota dice año tras año: «La empresa de teatro ofrecerá selectas sesiones de teatro y revista». Pues eso, selectas y selectos, no me falten ustedes al teatro para que se lo puedan contar ustedes a sus nietos sin tener que recurrir, como yo, a los enterados. Felices fiestas, vecindario.

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