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Una barca navegando por el Ebro a la altura del enclave conocido como La Guillerma. :: olegario gurrea
De La Playa a La Guillerma

De La Playa a La Guillerma

EDUARDO GÓMEZ

Domingo, 18 de marzo 2018, 01:07

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Una reciente visita al Ebro, obligada para conocer los efectos de su última riada, nos trae, además de un gran número de troncos que descansan en la orilla derecha junto a la pasarela, viejos recuerdos de cuando el río y su entorno estaban íntimamente ligados a la ciudad, especialmente a la juventud. Se disfrutaba del espacio conocido como La Playa, preferentemente con el bar de 'Toalla', que daba acceso al trinquete, con el chiringuito de Julio y su terraza de tableros, donde se abarrotaba la gente con bolsas de comida que degustaban después del baño junto con una ensalada de lechuga, aceitunas y bonito que les preparaba Julio. Justo al lado se encontraban dos filas de casetas de madera que se utilizaban como vestuarios, casi exclusivamente utilizadas por el género femenino, cuyo recato a veces peligraba pues los tabiques entre las casetas de madera estaban llenos de agujeros que utilizaban mirones deshonestos.

Los organismos que llevaban las riendas del deporte aficionado organizaban en fechas destacadas alguna que otra competición, tal que una carrera de natación entre el embarcadero y la orilla opuesta, carente de acceso. La prueba era presenciada por chicas desde la terraza de la sede de la Sección Femenina. También se organizaban carreras de barcas, que casi siempre ganaba alguno de los ayudantes del barquero.

Era práctica habitual el disfrutar de un paseo en alguna de las barcas que alineaba en el embarcadero el concesionario del servicio, conocido como 'El Pasti', llamado así por pertenecer a una familia logroñesa fabricante de pastillas de café con leche. Era habitual el ascender por el cauce del río hasta la zona conocida como La Guillerma, que refleja con precisión la imagen que ilustra este comentario. Casi siempre, durante el trayecto, se hacían prácticas de naufragio, con desembarco forzado para reanudar el paseo después de atracar en la orilla y secar la barca. Daba envidia ver surcar el río una canoa de un grupo de amigos con seis o siete tripulantes entre los que se encontraba Rafael Azcona. El tramo del Ebro en esa zona tenía «mala prensa», justificada, pues en la orilla de la derecha una lastra se adentraba en el cauce con escasa profundidad en las aguas, pero súbitamente quedaba cortada y el confiado bañista perdía pié y se veía arrastrado por la corriente. Tenía cierto atractivo la zona por la imponente presa que propiciaba el acceso a los bañistas para tostarse al sol.

En uno de sus extremos se asomaba al cauce la terraza de la fábrica de harinas que aprovechaban los aficionados a la práctica del salto de trampolín para ensayar el de 'la carpa' o el del 'ángel'. En el extremo opuesto se encontraba la central eléctrica de la empresa El Cortijo donde el agua empujaba con gran fuerza a través de las rendijas de la compuerta y el potente chorro que se creaba lo utilizaban, especialmente, deportistas, para recibir masajes sin pasar por los servicios profesionales.

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