Quedamos en el... Claret
De generación en generaciónDaniel Foncea lidera la cafetería logroñesa, en la que llegó a coincidir tanto con su padre como con su abuelo
Daniel Foncea recibe a los clientes al otro lado de la barra de la cafetería Claret. Lleva, aproximadamente, un año como responsable del establecimiento hostelero logroñés tras tomar el relevo de su padre, Javier, recientemente jubilado e impulsor de un negocio que echó a andar allá por 1991.
Desde hace ya casi 35 años los Foncea han puesto la cara a esta cafetería que lleva el nombre de la calle en la que se ubica (Padre Claret) y en la que incluso llegaron a coincidir tres generaciones diferentes de la familia. «Hubo un tiempo en el que mi padre, Eugenio, venía a echar una mano los domingos y entonces estábamos los tres en el bar», expone Javier desde el interior de un local, en el que no falta una fotografía de las tres generaciones juntas, y que destaca por su estilo moderno, por su luminosidad y por la amplia variedad de pinchos y cazuelitas que ofrece a sus fieles clientes. Una copiosa oferta gastronómica con un protagonista que sobresale: el morrito. «Hay gente que viene solo para preguntar por él, tanto desde la otra punta de Logroño como desde fuera de la ciudad», aseguran los responsables del Claret.
Del Choca II al Claret
Para Javier Foncea, esta no ha supuesto su primera experiencia en el sector hostelero. «Antes teníamos el Choca II, en Capitán Cortés», recuerda para explicar después que, al hacerse cargo del Claret, buscaron en un primer momento seguir la estela de aquellos que llevaban el negocio previamente. «Lo tenían al estilo jamonero y tratamos de continuar por ahí, pero como no funcionaba mucho, apostamos por enfocarnos en la chocolatería, en los desayunos», relata.
Sin embargo, con el paso del tiempo, se percataron de la necesidad de seguir evolucionando. «Las costumbres han ido cambiando y nosotros hemos tratado de adaptarnos;por eso, decidimos centrarnos en algo más concreto», cuenta Javier. «Por aquel entonces, Dani ya estaba echándome un mano y nos lanzamos al tema de los pinchos y las cazuelitas», añade. «Y ahora ofrecemos entre 40 y 50 especialidades diferentes todos los días», remata.
Una familia
Tras la jubilación de Javier, su hijo se ha quedado al frente de un equipo del que forman parte otras cuatro personas más: dos en barra y dos más en cocina. «Y yo, que estoy todo el día con ellas», certifica el responsable del establecimiento, quien no duda en alabar a sus compañeras. «Todas llevan mucho tiempo con nosotros, somos una familia», resalta Daniel.
Una familia tras la barra y una familia, más amplia todavía, junto a los asiduos de la cafetería. «No son clientes, son amigos, son compañeros, son familia... Me sé la vida de todos los de mi alrededor», afirma Daniel tras contar que él tiró su primera caña con solo nueve años. «En el bar me he criado y, como me salí jovencito de estudiar, tenía claro que quería dedicarme a esto», señala.
Su padre, mientras, se siente orgulloso de cómo su hijo ha continuado con su labor. «Para cualquiera que hemos montado un negocio desde cero, da gusto que un hijo quiera seguir con él», se congratula. «De cualquier forma, creo que Daniel es un valiente, mucho más valiente que yo», subraya el progenitor del actual responsable del establecimiento.
Comida hecha a diario
A Daniel le apasiona su trabajo. Él mismo lo dice. «Hay que tener en cuenta que he estado toda mi vida entre estas cuatro paredes, siempre me he dedicado a la hostelería», recalca. De su padre aprendió todo lo que sabe y, por eso, no ha querido dejar a un lado muchas de las enseñanzas que él le transmitió. «Él siempre ha defendido la elaboración casera, no comprar nada que esté hecho de antemano», explica.
Eso es lo que hacía Javier y eso es por lo que apuesta también Daniel en la actualidad. «Cocinamos a diario;tú llegas aquí a las ocho y media de la mañana y no hay nada hecho, pero poco a poco la barra se va llenando de comida», cuentan antes de exponer algunos de los pinchos y cazuelitas que ofrecen: callos, chipirones, gildas, albóndigas, caracoles, carrileras... Todas esas especialidades se pueden degustar tanto en la planta principal del local como en la superior, donde hay instaladas un buen puñado de mesas, o en la terraza.
Y, entre todos, uno destaca sobre el resto:el morrito. «Es la estrella», admiten los responsables del local antes de contar cómo decidieron especializarse en ese pincho. «Estuvimos casi un año probando, luchando por sacar los morros que ofrecemos ahora», señalan. «Veníamos todas las tardes y probábamos entre ocho y diez todos los días hasta que dimos con la fórmula», apostillan.
Ahora, el éxito del morrito del Claret es irrefutable. «Nosotros venimos a gastar unos 50 kilos de morros a la semana y al día podremos vender entre 150 y 200», aseguran tras responder a la gran pregunta. «¿Cuál es el secreto?», les cuestiona el periodista. «El secreto está en la masa», bromean.
El empuje del Solete
Hace un año, la Guía Repsol reconoció al Claret con un Solete. «Nos ha ayudado», reconocen los responsables del establecimiento hostelero, quienes explican que son muchos los turistas que se acercan a la cafetería tras esa distinción. «Tanto es así que estoy aprendiendo inglés», afirma con una sonrisa Daniel. «Ya llevo cuatro clases y estoy aprendiendo a nombrar los pinchos que hacemos», apostilla. Ahora sí, los morritos del Claret se han vuelto internacionales.
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