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Aspecto que presentaba ayer, durante la visita del presidente regional, el acceso principal de la nueva Escuela de Enfermería. :: miguel herreros
El barrio que llora al San Millán

El barrio que llora al San Millán

Tras doce años sin hospital, las constantes vitales del comercio de la zona siguen bajas | Los negocios del entorno de la nueva Escuela de Enfermería asumen que su impacto en el día a día será entre escaso y nulo

Luis J. Ruiz

Logroño

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Martes, 5 de marzo 2019, 06:48

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Lo más singular de la nueva Escuela de Enfermería son sus paneles verticales verdes. Combinan tres tonos diferentes y están estratégicamente ubicados para jugar con el sol y evitar que los rayos incidan directamente en el interior de las aulas. El edificio está terminado al 72%. Su imagen exterior apenas sufrirá modificaciones. Falta el interior, explican las arquitectas responsables de la obra, los últimos remates. Los plazos previstos se están cumpliendo y el próximo mes de septiembre los estudiantes de Enfermería harán un viaje en el tiempo de 40 años para afrontar el nuevo curso en un edificio moderno.

Doce años después de que en febrero del 2007 el antiguo Hospital San Millán cerrara sus puertas, los negocios del entorno fuerzan la metáfora y quieren confiar (con no demasiado ímpetu, dicho sea) en que esas tonalidades verdes de la estructura de la Escuela de Enfermería irradien a un barrio que acumula doce años de travesía del desierto.

Desde aquel 2007, las bajas han sido muchas. «La droguería, la mercería...», señalan en la Farmacia Belén Cañas, esa con la que se chocaban quienes salían del viejo edificio de consultas. «Espero que algo nos salpique», dice su responsable sin transmitir demasiado optimismo. «Lo único que pedimos es que la zona no esté tan muerta como ahora. Que tenga algo más de vida».

El San Millán era el motor principal de todo lo que sucedía entre Padre Claret, Obispo Lepe, avenida de la Paz y Joaquín Elizalde. Recuperar aquel impulso será imposible, piensa Ana Belén Fernández, desde el estanco que gestiona. «Lo único que pedimos es que no nos pongan zona azul...», dice entre risas. «Esto no es lo que era, desde luego».

El quiosco de avenida de la Paz lleva cerrado hace tiempo, el bar de la esquina con Duquesa de la Victoria reabrió y sobrevive desde hace no demasiado tiempo con un goteo de clientes que en nada se parece al de su predecesor, el que murió con el viejo hospital.

Un poco más allá, pared con pared, los bares Armando y Los Ángeles son dos supervivientes. La responsable del primero quiere confiar en que haya «algo más de movimiento» y pide, ya que están, «que se arregle la plaza Donantes de Sangre». Ángel Álvarez es mucho más escéptico. Lleva al otro lado de la barra desde febrero de 1985. «No vamos a notar nada. Como si no hubieran hecho nada», zanja recordando que el proyecto inicial incluía el aterrizaje de «las consejerías». «El local es mío, en caso contrario... Antes, desde las 7 había gente entrando y saliendo, ahora quedan los de siempre».

Ese desierto lo ejemplifica el Mercado Patricia. «Quedamos cinco. Antes estaban todos los puestos ocupados», lamenta una de sus carniceras que confiesa que más que los efectos de la Escuela de Enfermería lo que realmente espera es la jubilación.

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