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L. R.
Miércoles, 1 de noviembre 2017, 09:17
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El silencio habitual se quiebra. No hay estridencias, pero no es ni esa paz y ni sosiego envueltos en misterio que le son inherentes al lugar. Susurros, oraciones, 'quejíos' que salen del alma, chasquidos de flores secas que son repuestas por vistosos y coloridos conjuntos. Algunos limpian las lápidas con vigor; las grandes de los panteones y las pequeñas de los nichos. Todo reluce, reluce de tal modo que hasta el sol del mediodía hace daño a la vista. Los tacones femeninos dejan sus marcas en las sendas que se entrecruzan en los distintos espacios del camposanto. Igual que el año pasado. Y que el anterior.
Ahí siguen añorando a sus seres queridos. Letra a letra recomponen sus nombres. Rememoran las fechas de sus cumpleaños. Recuerdos. Y el día del punto y final. Recuerdos. A lo largo de estas jornadas, miles de riojanos se acercan a los cementerios de toda la comunidad para cuidar cada tumba, cada lápida; pero, sobre todo, evocan a cada uno de ellos, los momentos que compartieron durante sus vidas y el recuerdo que siempre queda.
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