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Manifiesto de  San Millán

Manifiesto de San Millán

Texto fundacional aprobado ayer por los promotores del Club de Amigos de Futuro en Español

Miércoles, 1 de noviembre 2017, 23:39

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En 1911, el historiador granadino Manuel Gómez-Moreno descubrió en las páginas de un códice medieval procedente del Monasterio de San Millán una serie de anotaciones en romance, que se conocen como Glosas Emilianenses y que constituyen el primer ejemplo histórico de nuestra lengua. En ellas encontramos el primer texto en español.

Aunque en una sociedad como la nuestra cualquier lugar es apropiado para lanzar un manifiesto sobre la lengua, este monasterio goza de una particular importancia simbólica a esos efectos.

Con seguridad, los monjes de San Millán nunca imaginaron que esas primeras anotaciones en una lengua en ciernes desbordarían las páginas de los códices y los muros del antiguo escritorio hasta convertirse no sólo en la lengua común de la comarca sino del reino entero y, andando los siglos, de 570 millones de personas en todo el mundo.

Así pues, lo que nos preocupa no es la salud del español -nuestro idioma goza de una pujanza manifiesta-, sino los efectos de su expansión por el mundo: qué papel le corresponde a la lengua como vehículo facilitador del diálogo y el entendimiento que hacen posible la democracia, por una parte, como agente de expresión, comprensión y comunicación del conocimiento y la cultura, por otra, y como soporte para el intercambio y las relaciones económicas entre sus hablantes.

Entre España y sus antiguas colonias de América y África se vivió durante siglos el curioso malestar de sentir que los relojes de nuestras culturas no estaban sincronizados en la misma hora. A ese malestar, que pudiéramos llamar la discordia de los relojes atlánticos, se deben desencuentros, guerras, confusiones, crímenes, locuras y un larguísimo etcétera de infortunios.

Sin querer borrar la memoria de aquellos tiempos, nos parece que ha llegado el momento de ensayar algo diferente; creemos que, en vez de seguir viviendo en husos horarios distintos, aislados, excluyentes, deberíamos emprender una concertación de los relojes atlánticos. Que la hora lingüística en Madrid, Asturias o La Rioja sea la misma de Bogotá, Ciudad de México o Buenos Aires. Que en Cádiz, Malabo, Barcelona, Oranjestad, José Ignacio y la Punta Dungeness las manecillas del reloj del idioma señalen exactamente los mismos puntos.

En términos prácticos, las acciones para fomentar estos propósitos son múltiples -y Futuro en Español quiere dedicarse conscientemente a explorarlas-, pero por ahora nos gustaría insistir en dos de ellas. La primera es que el español debe pensarse a sí mismo como un idioma de diálogo, de tolerancia, de aceptación mutua. No se nos escapa que en muchísimas partes la lengua que compartimos no es la lengua oficial, que otros idiomas conviven con ella y que en determinados lugares sólo la entiende y la habla una minoría. Esta patente realidad debería traducirse en un cambio de imaginarios. Si en el pasado el español fue identificado con una espada, nos gustaría que en el futuro se le reconociera como una mano extendida.

Por eso mismo, queremos reflexionar sobre cómo preservar la singularidad y riqueza de nuestra lengua, sin caer en el casticismo ni en el exceso normativo, y sobre cómo relacionarnos con los préstamos lingüísticos de cualquier otro idioma con el que compartamos fronteras, en medio de un mundo cada vez más interrelacionado.

El español no sólo puede sino que debe ser ese sitio de encuentro, esa zona de asombros recíprocos: además de promover una respetuosa cordialidad entre todas sus variantes, sin dejarse inundar por una obsesión purista ni por modismos pasajeros, debemos fomentar que los habitantes a este y al otro lado del Atlántico sientan que el idioma es la verdadera patria de todos. Sólo así conseguiremos revertir esa aniquiladora sensación que tantos tienen de vivir en la periferia del idioma, en los barrios malos de la lengua, en los extramuros lingüísticos.

Estos propósitos, aunque de apariencia modesta, representan una revolución copernicana si consideramos que en los últimos tres siglos la forma de entender el idioma ha sido diametralmente distinta. Demasiado a menudo nuestra lengua tuvo un perfil avasallador, y demasiado a menudo sus métodos para imponerse fueron cualquier cosa menos persuasivos.

En este y en los próximos encuentros de Futuro en Español indagaremos los caminos para llegar a esa meta difícil y elusiva. Por lo pronto, invitamos a quienes nos acompañan a acompasar nuestros relojes. Al margen del destino individual que a todos nos quepa en suerte, esperamos que el futuro de todos sea, sí, un futuro en español.

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