Cuando la inteligencia penaliza
Dos familias riojanas relatan sus vivencias con niños de altas capacidades y piden programas específicos para luchar contra los estereotipos
La sociedad no está preparada para lo que es diferente». Es la dura sentencia de Mayka Fernández, una madre que ha visto cómo sus hijos, ... Álex y María, padecían lo indecible porque su intelecto supera el paradigma convencional, por tener lo que se denomina 'altas capacidades intelectuales'. «Si sobresales por encima o por debajo es un problema, todo está estructurado para la franja intermedia», apunta esta vecina de Calahorra.
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«Los niños con altas capacidades desafían para crear algo nuevo»
Lo que tiene en casa no debería suponer un rompecabezas, pero lo cierto es que las familias a cuyos hijos se les detecta esta condición no lo tienen fácil en absoluto. «Las becas son claramente insuficientes y la sociedad, el sistema, no contribuye precisamente a apartar los estereotipos y las etiquetas que tanto daño causan», asevera la presidenta de la Asociación Riojana de Niños de Altas Capacidades (ARNAC), María José Arpón.
De hecho, el primer obstáculo para las familias aparece con la detección, que se complica a menudo, porque «cada niño es diferente y requiere cosas distintas», según Arpón. Mayka lo personaliza en su hijo mayor: «Desde muy pequeño nos decían que Álex en el colegio era muy disperso, no se concentraba y que podía tener algún problema, déficit de atención o incluso discapacidad cognitiva». Lejos de mejorar, con el tiempo la situación empeoró: el niño no quería ir al colegio y buscaba toda clase de excusas para ausentarse. Rayando la desesperación, Mayka y su marido decidieron acudir al pediatra cuando el pequeño rehuía la escuela y, tras infinidad de pruebas médicas sin avances, asumieron que el origen de su comportamiento era somático. Primero sospecharon de una posible hiperactividad, pero una psicóloga especializada les dio la clave: altas capacidades. «Ahí empezaron a encajar muchas cosas de la infancia del niño: era muy propio de mi hijo a los siete años ver documentales de la Segunda Guerra Mundial y le encantaba la aerodinámica; se lo sabía todo y lo iba contando, cuando los niños de su edad estaban con Messi y con Pikachu», rememora Mayka, que señala que eso incrementaba el aislamiento social de su hijo, una circunstancia para la que no encontró cobijo en el colegio –«hasta sufrió algún episodio de 'bullying' y acoso», lamenta Mayka–. Con ayuda psicológica y mucho esfuerzo, Álex ha mejorado en Secundaria, aunque su madre es consciente de que el chico «lleva su mochila especial».
Rubén leía con tres años
A María García, de Lardero, le sucedió algo semejante con su primer hijo. Rubén, que ahora tiene 14 años, empezó pronto a despuntar en el colegio. Con tres años, el pequeño ya leía solo y aprendía de forma autodidacta «los temas que le interesaban», cuenta María, pero en clase no atendía, se aburría y molestaba al resto de sus compañeros, lo que le restaba amigos y autoestima a partes iguales. Tampoco María recibió comprensión en su centro educativo: «No había visibilidad de las altas capacidades; yo estaba muy perdida, me decían que el niño era precoz y que no le enseñara en casa». «No entendían que yo no le instruía, que él en lugar de ponerse 'Dora la Exploradora' en Youtube, veía vídeos del abecedario en inglés», ilustra María.
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A estas madres la experiencia se les repitió con el segundo hijo, también con altas capacidades en ambos casos, de nuevo otro desafío en el seno familiar, aunque ya sobre terreno explorado: «El pequeño, Mario, relata María, es más conformista, lo gestiona mejor y ha aprendido a adaptarse, si quieres a esconder su capacidad, está a gusto en clase y tiene su grupo de amigos». Lo mismo relata Mayka sobre su hija María, de 12 años: «La pequeña despuntó desde el principio, era un torbellino, pero íbamos con la lección aprendida».
Cada caso es distinto: si Álex no quería ir al colegio y se aislaba; Rubén leía con tres años y veía documentales de la II GM
Si la detección es ardua, porque muchos orientadores desconocen las herramientas o prefieren no usarlas («porque no quieren complicarse su vida ni la del centro», censura María José Arpón), la intervención tampoco se puede calificar de sencilla. Las extraescolares pueden aplacar el interés exacerbado de estos niños y estimularlos en momentos puntuales, pero las familias echan en falta programas educativos específicos que den cobertura a las necesidades formativas que demandan sus hijos. «El sistema es el que es y está para todos –asume María–, y entiendo que a los que van por debajo o por encima siempre les van a faltar cosas; el sistema es el que es, pero las personas se pueden adaptar».
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Rechazo de las familias
La reclamación de atención específica visibilizaría un diagnóstico que muchas familias rechazan e incluso algunas ocultan. «No se ve en su totalidad lo que es la alta capacidad –remata María–, he oído cosas como 'ya viene esta a decir lo listo que es su niño', pero el trasfondo es mucho mayor: no conozco a muchas madres que hayan tenido que llevar a sus hijos a tantas sesiones de psicólogo como yo o que hayan tenido que obligarle a ir al colegio con 4 o 5 años...». Y es que los estereotipos que soportan estos niños y familias no allanan precisamente el camino. La presidenta de ARNAC señala: «Si un niño con altas capacidades desconecta en clase porque lo capta todo a la primera, luego puede tener complicaciones en el aprendizaje si nadie está pendiente de que vuelva a conectar».
Otro gran trastorno procede de las disincronías emocionales; es decir, la gestión cognitiva va por un lado y la emocional por otro: «Les hablas como adultos porque con cuatro o cinco años razonan como adultos, argumentan a un nivel brutal y de repente cuando le regañas o les sacas de su papel, se te echan a llorar como los niños que son», detalla Mayka.
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Esa perplejidad, ese no saber qué hacer en casa halló consuelo en ARNAC. «Sentí un alivio tremendo primero por saber qué le pasaba a mi hijo y luego por ver que había más familias en nuestra situación (cuenta con más de 220 socios), con los mismos problemas y dudas», aporta María.
Con casi 20 años de trayectoria, ARNAC se felicita hoy por una buena noticia que llevaba tiempo reclamando: la puesta en marcha por parte del Gobierno riojano de un programa de detección temprana de trastornos del neurodesarrollo, incluidas las altas capacidades y otras circunstancias. De momento, es un anuncio, pero será clave para estos niños y los que vengan.
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UR Talent, el lugar de encuentro para las altas capacidades
El Gobierno de La Rioja calcula que en las aulas riojanas cursan 780 alumnos con altas capacidades. Pero no hay un programa específico de formación, ni siquiera de detección. Por eso, el programa UR Talent es el refugio y lugar de encuentro perfecto para niños de estas características.
Con 290 alumnos matriculados este curso de entre 5 y 17 años, las aulas de la Universidad de La Rioja acogen los viernes y los sábados actividades que atienden a los contenidos STEAM y al trabajo de la educación emocional y en valores y convivencia. Además, se potencia el desarrollo de la capacidad argumental y expositiva, y da cabida a actividades impartidas por profesorado nativo en lengua inglesa.
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