In memóriam

Un hombre que dejó una huella imborrable en la Justicia

Ignacio Barriobero Martínez

Martes, 14 de octubre 2025, 20:04

Hace escasas fechas tristemente –muy pronto para la media vital actual–, nos ha dejado Luis Fernando Santos del Valle, letrado de la Administración de Justicia (actual denominación de los Secretarios Judiciales) y, por encima de todo, hombre de bien.

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Mi primer contacto con Luis Fernando fue a comienzos de la década de los 90 del pasado siglo –releyéndome advierto que el tiempo es una rueda implacable–, cuando yo era alumno de la Licenciatura en Derecho en la recién creada Universidad de La Rioja, ubicada en aquel entonces en la denominada 'Ala de Latinos' del Seminario Conciliar, lugar donde se impartía la docencia en espera del futuro Edificio Quintiliano. Luis Fernando acabada de llegar a su nuevo destino en los Juzgados de Logroño y, en paralelo, comenzó a impartir docencia en la UR calidad de Profesor Asociado. De sus clases se podía extraer una clara conclusión: el Derecho Procesal y Luis Fernando eran una misma identidad. No había actuación o plazo que se escaparan de su control.

Unos cuantos años más tarde la designación de Luis Fernando como Secretario de Gobierno del TSJ de La Rioja y mi condición de Secretario Técnico del Colegio de la Abogacía de La Rioja me permitió entrar en un contacto más cercano con él. Fue aquí donde conocí de forma más cercana su doble faceta, profesional y personal. En lo profesional Luis Fernando no decepcionó en modo alguno la brillante opinión que tenía de su etapa como profesor, a la que he aludido al principio. Su carácter autoexigente hacía que tuviese bajo control el procedimiento a seguir ante cualquier problema o disfunción que se le planteara y, en el caso de no poder acceder a lo solicitado, esbozaba su medio sonrisa cómplice frente a la que no cabía sino la comprensión. En lo personal, que es sin duda la huella más importante que podemos dejar los seres humanos, tengo una altísima opinión de Luis Fernando: su carácter amable, abierto, sencillo, socarrón cuando procedía, pero siempre riguroso de criterio, hacían de él un magnífico compañero de cerveza. Su imagen y su carácter nada impostado lo convertían en un buen representante del carácter castellano de su Palencia natal.

En su haber deja varias Distinciones de primer Orden, pero, por encima de todo, deja un hueco irrellenable en los Juzgados de la calle Marqués de Murrieta de Logroño.

Por azares del destino no pude despedirle, como hubiese sido mi deseo, en su funeral. Vaya este modesto homenaje en su honor y mis más sentidas condolencias para su viuda Mª Teresa y su hija Lara.

Allí donde esté seguro que estará analizando las últimas reformas procesales de gran calado que acaban de entrar en vigor y cómo van a afectar al funcionamiento de la Administración de Justicia.

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