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J.A.L.
LOGROÑO.
Miércoles, 4 de julio 2018, 23:46
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José Ignacio Pérez contrajo ayer matrimonio, en segundas o terceras nupcias, con el servicio público en una ceremonia que sirvió para que también La Rioja visualice que algo (en realidad, bastante) ha cambiado desde que la moción de censura aupó a Pedro Sánchez a La Moncloa hace un mes. Un mes. En sólo un mes, nadie borra a los socialistas esa sonrisa dentífrica, boquiabiertos asistentes a la sucesión de acontecimientos de índole favorable, casi desconocidos de Zapatero a esta parte para las siglas que fundó Pablo Iglesias (el auténtico).
A sus esponsales, el contrayente acudió apadrinado por un trío de rivales políticos: ingresaron con él en la atestada salita de la Delegación el presidente del Gobierno, la alcaldesa de Logroño y la presidenta del Parlamento. Tres personalidades del PP regional, que ponían en el estrado la cara de quienes entregan al matrimonio a su bien más preciado desconfiando de la intención real del otro cónyuge. Bonita metáfora para una mañana rica en simbolismos: Pérez Sáenz prometió su cargo sobre un ejemplar de la Constitución abierto por el capítulo 155, nada menos. Que tapaba el papelito con la fórmula ritual elegida para estos casos. Sí, son tiempos muy propicios para las metáforas. Tal vez demasiadas.
Lo cual se comprueba atendiendo al protocolo seguido durante el acto de ayer. Mayoría de dirigentes socialistas (alcaldes, diputados, concejales), antiguos colaboradores del delegado durante su etapa en el otro edificio del Espolón de donde emana el poder (quienes aguardaban a que dieran las once tomando el cafelito en el Ibiza: buenos jubilados) y los semblantes de la nueva política que aterriza estos días por La Rioja y lleva el sello socialista. Los que ahora cabalgan la ola buena y llevan todavía ese aire de que no se lo creen.
Pero deberán empezar a creer. Deberán tener fe. Que para eso la toma de posesión tuvo mucho de boda. Su gran boda roja contó con autoridades civiles y eclesiales, homilía a cargo de Pérez por persona interpuesta (y aquí citó a un sacerdote cuyo sermón reciente le había llamado la atención: «No se puede adorar a la vez a Dios y al diablo») y hasta aplausos a la comitiva cuando irrumpió en la estancia. Sólo faltó comulgar.
Es decir, brindar con Rioja. Porque una boda sin vino es menos boda.
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