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Diego Ubis sube a su escaño; a su lado, Juan Calvo. :: juan marín
NADIE ENTIENDE NADA

NADIE ENTIENDE NADA

LÍNEA DE PUNTOS - JORGE ALACID

Lunes, 9 de julio 2018, 23:27

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Como (aún) no le compete la potestad de convocar las autonómicas del próximo año, al menos Diego Ubis pudo darse ayer el gustazo de cortar la cinta inaugural de la precampaña. Que en realidad quedó formalizada allá cuando el Gobierno retorció su brazo durante la negociación presupuestaria y Ciudadanos acabó haciendo aquello que decía que no haría: firmar un papelito dando por buenas las cuentas del Palacete, mientras sus interlocutores al otro lado de la mesa contenían la risa. Puede que desde entonces haya estado rumiando venganza, en su papel de novio despechado que tantas veces ha interpretado desde el atril del Parlamento, donde ayer volvió a teatralizar su enfado. Un enfado que tardará en materializarse, de modo que habrá tiempo de rectificar, volver sobre sus pasos o desdecirse, materias donde el portavoz naranja acredita reconocida maestría. Pero de momento puede alardear de que, en efecto, ha sido el encargado de dar por inaugurada la campaña electoral del 2019.

Nada que no se supiera. Imposible por lo tanto que Ubis ignorara lo que sabía medio hemiciclo: que malgastó su última bala con el actual Presupuesto en curso. Y que ya no tiene más bazas que dejar caer al Gobierno, opción que parece ausente de sus planes, o ponerse desde ahora a pegar carteles por La Rioja, a ver si en el votante cala su mensaje. Ese discurso tan curioso: cuanto de bueno pueda leerse en el haber del Gobierno, será mérito de Ciudadanos, de modo que la parte endosada en el debe sólo hay que atribuirla a la impericia del PP. Será un argumento pueril pero puede que funcione: en un ecosistema político tan líquido como el actual, todo es posible.

Porque nadie entiende nada. Acudir hoy a un pleno parlamentario tiene mucho de rellenar un crucigrama. Supone por ejemplo observar cómo votan juntos Ciudadanos (paladín del liberalismo) y Podemos (bandera del bolivarismo), según el certero dardo dirigido por el portavoz del PP desde la tribuna. A quien por el contrario la compañía del PSOE en la misma votación que ayudó a validar su proyecto de reforma de la ADER le pareció fetén, tal vez porque Garrido está tan acostumbrado al fuego amigo que le dirigen desde dentro del partido sus (en teoría) conmilitantes que hasta le resulta aceptable ir de la mano con los socialistas. Que también gozan de sus propias contradicciones, aunque las salvan con mayor desenvoltura: de momento, ya decoran con sus siglas uno de los edificios del Espolón donde reside el poder regional. A este paso, sus señorías llevarán en la sillita de la reina hasta el Palacete a Concha Andreu, quien no tiene que desgastarse en bajar al barro: prefiere ver sentada junto a Paco Ocón, otro que viaja tan pichi, cómo se desguazan entre sí los otrora cordiales socios de Gobierno y cómo hacen lo propio los diputados a su izquierda.

Cualquier día, en el Parlamento les cobrarán la entrada a los diputados del PSOE. Hasta que llegue ese día, que no debe descartarse, queda todo un verano para que sus rivales se despeñen hacia ese océano de contradicciones donde viven. Lo cual es también el caso del PP, cuyo presidente escucha a su aliado retirarle su apoyo como quien oye llover. Mirando el reloj, donde tiene marcada una fecha: la del próximo jueves. El día en que su partido elegirá nuevo líder y en consecuencia habrá que mover de nuevo toda la nave del PP regional para alinearla con quien gane. De momento, gracias a su mutismo, tiene seguro lo que decía Pío Cabanillas: eso de que «hemos ganado, pero aún no sabemos quiénes». Una hermosa manera de gestionar esa clase de victorias con pinta de derrota. Como la que sufrió ayer el PP. Tal vez sin saberlo.

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