Diario del año del virus (22). El desengaño
«El anuncio de Izquierdo sonó como una losa en los oídos de Martín». Así comienza el nuevo capítulo del relato escrito por los redactores de Diario LA RIOJA
Izquierdo le ha comunicado a Martín lo que ya sabía, a Eduardo lo habían matado. ¿Qué decisión tomará el periodista? Es el turno de Javi Ezquerro en el 'Diario del año del virus'
Capítulo 22.-Javi Ezquerro
El desengaño
El anuncio de Izquierdo sonó como una losa en los oídos de Martín, que se quedó mudo unos segundos antes de responder a su compañero. El mundo se le vino encima y se encontró sumido de repente en un atolladero del que le parecía imposible salir. ¿Optaba por llevar adelante su plan e intentaba pasar desapercibido o confesaba que había sido él el autor del crimen en un acto de defensa propia? La respuesta devino tras unos instantes que parecieron una eternidad en los que sopesó los pros y contras de cada elección.
- Martín, ¿estás ahí?, preguntó insistente Izquierdo.
- Sí, sí... ¿Cómo que Eduardo está muerto? ¿Qué es eso de que lo han matado?, respondió finalmente Martín.
- Han encontrado su cadáver en la redacción del periódico, tendido en el suelo con una herida enorme en su cabeza.
- ¡Qué me dices! ¿sí?... ¡La puta que le parió! ¡Mira vos! No puede ser, pero si estuve anoche con él y…, acertó a decir Martín algo titubeante y a punto de venirse abajo incapaz de sostener la farsa que momentos antes había estado maquinando mientras se relajaba en la bañera de casa.
- Oye, que no me encuentro nada bien, creo que estoy empezando a notar los síntomas del puto coronavirus, tengo fiebre y estoy muy cansado, ya hablaremos compañero, hasta luego… transmitió Martín a su interlocutor antes cerrar una conversación que no se atrevía a prolongar durante más tiempo.
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Martín soltó el teléfono aliviado tras poner fin a la inoportuna llamada de su jefe y poder ganar algo de tiempo para pensar más detenidamente. Se dejó caer sobre el sofá apesadumbrado y al bajar la cabeza para sujetarla con los brazos reparó en aquel tatuaje que se había estampado sobre el torso en sus años mozos: 'Homo homini lupus'. Él, que se había prometido militar en el bando de los personajes implacables y maquiavélicos, no tardó mucho en desengañarse. La realidad le había puesto ante un desafío colosal y se dio cuenta de que no era de esos hombres capaces de sostener fríamente una mentira sin venirse abajo, de urdir un meticuloso plan de escape que alejaría de él cualquier atisbo de culpabilidad. Eso solo lo podía hacer si estaba en juego la honorabilidad del River Plate, el equipo de su vida, el club de sus amores por el que vendería su alma al diablo si con ello lograba erigirlo a los altares del fútbol mundial.
Inmerso en sus pensamientos, con la cabeza en ebullición, cada vez veía más claro que no tenía escapatoria. Era la última persona que había estado con Eduardo, tenía magulladuras en el cuello y en la cabeza y también una herida en su cuerpo provocada por el tipómetro que utilizó su agresor y que –pensó ahora– estaría manchado con restos de su sangre. Era como si llevara escrita en su frente y con mayúsculas la palabra 'CULPABLE'. Pero también se decía una y otra vez que había sido un acto en defensa propia y esas mismas contusiones y heridas que podían incriminarle eran también una prueba de que fue agredido con saña por el 'Cocodrilo'. Además, no le cabía duda alguna de que detrás de todo lo que le había ocurrido últimamente estaba el hallazgo de las mascarillas, los jabalíes y los pangolines. Algo sucio, muy sucio, se estaba cociendo en su querido y tranquilo Logroño. Maldijo a su vecina Lucía por entregarle aquellas llaves –las de la caja de Pandora, pensó– y sintió que todo aquello era demasiado grande para intentar controlarlo, de manera que solo le quedaba una solución: cantar y no precisamente un tango.
Soñoliento, aturdido y sin dejar de sudar, Martín cogió nuevamente el teléfono y marcó el número del periódico.
- Buenos días, qué desea, se oyó al otro lado de la línea. Era Boris, alias el señor B, el hombre de las dos caras: vigilante de cara angelical en su vida oficial; maleante y mafioso sin escrúpulos en sus ratos libres.
- Hola Boris –dijo Martín con un tono apagado– pásame con el director, por favor…
Continuará...