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'El Rey de los toreros', de Paco Aguado. L.R.
Tu desdén hecho flor, tu desdén puro

Tu desdén hecho flor, tu desdén puro

Gacetilla de un tipo confinado (LVIII) ·

Hace cien años un toro mató a Joselito. Éste era el mes de su recuerdo, de una memoria triste que un libro esencial mantuvo inmarchitable

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Miércoles, 13 de mayo 2020, 08:12

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Existen libros que se precipitan en la memoria. Libros que se recuerdan además de por sus valores literarios por el momento en el que cayeron en la vida de cada cual. 'El Rey de los toreros', de Paco Aguado, llegó a mi pequeña biblioteca vital cuando me estrenaba como padre y me sabe a mi hijo Mario y a Urdiales, porque lo dejé entreabierto por uno de sus capítulos finales para viajar a Dax, a la alternativa de Diego, en una calurosa tarde de agosto del verano de 1999. Dax, el sur de Francia y el recuerdo de José Ortega 'Gallito', Joselito, al que Rafael Alberti cantó así: 'Cuatro ángeles bajaban / y, abriendo un surco de flores, / al rey de los matadores / en hombros se lo llevaban'.

Joselito fue pura luz convertida en tragedia inesperada. Revolución de un dios juvenil sabio y precoz, que junto a Juan Belmonte –leyenda literaria y romántica gracias a Manuel Chaves Nogales–, creó los fundamentos del toreo contemporáneo y ascendió a la gloria de los inmortales hace ahora cien años una tarde de mayo en Talavera. La peste contemporánea se ha llevado los fastos, las conferencias y los homenajes, pero no ha impedido reeditar esta joya de Paco Aguado, que es un retrato excepcional de aquella España entre dos mundos, la de José y la de Juan, la de la crisis salvaje de la posguerra, la de la Sevilla de quincalleros y señoritos y la de un Madrid castizo y obrero que se revolvía ante las injusticias del hambre sórdida y la desesperanza, el anarquismo libertario y la de un ídolo que revolucionó todas las estructuras.

Belmonte era el torero de Valle-Inclán y los intelectuales. José sentía el plomo del peso de la gloria y se enfrentó a la rancia oligarquía y a los intereses creados. Su final, antes de morir en el ruedo, es trágico, triste, desolador. Sólo se le concebía en triunfo. Y eso acabó destruyendo su moral invencible. Gerardo Diego lo resumió cabalmente en su tremebunda elegía: 'Y todo cesó al fin porque quisiste. / Te entregaste tú mismo; estoy seguro. / Bien lo decía tu sonrisa triste / tu desdén hecho flor, tu desdén puro.

'Cuatro ángeles bajaban / y, abriendo un surco de flores, / al rey de los matadores / en hombros se lo llevaban' (Alberti)

Paco Aguado destila una prosa conmovedora sin acentuar un ápice el más innecesario adjetivo. Para eso ya estaba José Bergamín: «El predominio de la curva y la rapidez son valores de todo arte. El de la lentitud y la línea recta son valores muertos invertidos. Belmonte fue una mala revolución; Joselito un renacimiento».

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