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Javier Sáenz, en el punto exacto donde la banda terrorista ETA asesinó a su padre en 1985. Al fondo, las nuevas casas situadas donde se levantaba la vivienda del riojano Alejandro Sáenz, trabajador de la Michelín de Lasarte-Oria. :: José Ignacio Lobo
«Le besé la nuca y se me llenó la cara con su sangre»

«Le besé la nuca y se me llenó la cara con su sangre»

Javier, hijo del riojano Alejandro Sáenz, revive el asesinato de su padre por un comando de ETA el 30 de diciembre de 1985

PABLO GARCÍA-MANCHA

Sábado, 7 de abril 2018, 21:44

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Estaba desayunando con mi mujer Lisi. Sonó el timbre y me pareció algo raro porque un lunes a las ocho y media de la mañana no suele ser muy habitual. Me extrañó mucho y sentí un escalofrío por dentro. Algo ha pasado, me dije. Abrí la puerta y era un compañero de mi padre, José Agraso, que me hacía gestos para que entrara al ascensor con él. Le pregunté: ¿Qué pasa? ¿qué pasa? Han atentado contra tu padre, contestó. ¿Cómo está?, pregunté. Lo han matado, me dijo. Rompí a llorar. Agraso me dio una palmada en el hombro y me espetó: 'Javier, los hombres no lloran'. Pero yo no podía parar de llorar». Así se enteró Javier Sáenz de que la banda terrorista ETA acababa de segar la vida de su padre Alejandro, un riojano de 58 años que había nacido en la ya deshabitada aldea de Garranzo y que aquel 30 de diciembre de 1985 iba de camino hacia su puesto de trabajo en la factoría de Michelín en Lasarte-Oria. No era un día cualquiera para él; era el día de su jubilación tras 22 años de trabajo en la empresa.

El atentado se produjo hacia las ocho menos cuarto de la mañana. Alejandro hacía a pie cada jornada el recorrido desde su domicilio -las llamadas villas de la Michelín- a la puerta de la factoría, un trayecto inferior a los doscientos metros. Aquella mañana llevaba una cartera negra y una calabaza de su huerta que le había prometido a una compañera. Cuando llegó a la altura del aparcamiento, sito al lado de la carretera nacional San Sebastián-La Coruña, y a menos de medio minuto de su casa, fue abordado de espaldas por dos jóvenes que efectuaron varios disparos a bocajarro en su nuca.

Alejandro Sáenz se desplomó y cayó de bruces sobre la acera con la cabeza destrozada por varios impactos y los asesinos se dieron a la fuga en un taxi que habían camuflado junto a otros coches. La Guardia Civil localizó cinco casquillos del calibre 9 milímetros Parabellum y su cadáver permaneció en el lugar del atentado hasta la llegada del juez, una hora y media después, cuando la sangre ya había empapado totalmente sus ropas y formaba un reguero que llenó la acera y desembocó en calzada.

No era un día cualquiera para el riojano Alejandro Sáenz; lo asesinaron el día que se iba a jubilar

Tirado en el suelo

«Me costó llegar desde mi casa unos cinco minutos. Lo vi tirado en el suelo, la cabeza totalmente ensangrentada en medio de un charco; tenía a su lado la cartera y la bolsa con la calabaza. Me quedé mirándole y recuerdo que me vino a la mente mi madre Conchi. No sé las razones, pero saqué un pañuelo del bolsillo, me agaché y lo empapé con la sangre de mi padre como si fuese una reliquia para llevárselo a ella. Le besé en la nuca y se me llenaron los labios y la cara con su sangre». Javier volvió a pensar en su madre y se dirigió a la casa. «Entré, subí al dormitorio y le dije: hola amá, te traigo malas noticias. Ella creyó que le había sucedido algo a mi mujer. 'No a Lisi no, a papá', le dije. Javier recuerda con exactitud las palabras que pronunció: 'Se han metido con él; está ahí fuera'. Se quedó rota, totalmente destrozada pero no la dejé salir de casa para que no viera el terrible paisaje que se había desatado a las puertas y que se cebara alguna cámara o un periodista con ella. Yo tenía muy claro que mi madre no iba a salir, no podía soportar que contemplara a su marido muerto en una acera y rodeado de sangre. Sólo le vio la cara en el cementerio».

El comando etarra estaba compuesto por tres individuos y las pesquisas policiales revelaron que Alejandro Sáenz fue alcanzado por cinco proyectiles que penetraron en su cabeza por el lado izquierdo. Al ser levantado el cadáver se encontró otra bala completamente aplastada contra la acera, lo que demostraba que había sido rematado en el suelo. La banda terrorista reivindicó el atentado pero nunca se ha sabido la identidad de los asesinos. Treinta y tres años después es uno de los más de 300 casos sin resolver.

Los tres terroristas secuestraron un taxi una hora antes y dejaron a su propietario Manuel Garayar Otegui atado a un árbol cerca de Hernani. «Eran las siete de la mañana y yo estaba en la parada; se metieron en el taxi y me dijeron que estuviera tranquilo, que eran de ETA y que necesitaban el coche durante una hora. Me ordenaron que me dirigiera al frontón de Galarreta y cerca de allí me dejaron atado a un árbol. Eran tres y hablaron conmigo en euskera», explicó el taxista cuando fue rescatado por la Policía.

Angustia

«Yo sentía en aquellos días cierta angustia por mi padre, aunque nunca había recibido ninguna amenaza ni nada por el estilo. Diez días antes ETA había asesinado en Lasarte a un amigo suyo, José Herrero Quílez, también guardia civil jubilado». Y es que Alejandro Sáenz, nacido el 27 de febrero de 1927, antes de comenzar a trabajar en la factoría de Michelín perteneció a la Guardia Civil, cuerpo en el que había estado enrolado durante trece años destinado en las Comandancias de Barcelona y Guipúzcoa (Behovia, Irún y Lasarte). Abandonó el cuerpo con el grado de sargento veintidós años antes de ser asesinado, ya que el 1 de febrero de 1963 ingresó en la empresa: «Era una época con mucho trabajo y la factoría contaba con una plantilla de 3.600 personas, la mayoría de ellas llegadas de todos los puntos de España. Mi padre era el jefe de porteros y dirigía un equipo de más de 20 trabajadores; además colaboraba con el hipódromo y era un hombre muy conocido en todo el pueblo». Javier explica que en la empresa casi todo el mundo, especialmente los más veteranos, sabía que había sido guardia civil: «Pero nadie había dicho nunca absolutamente nada, daba completamente igual el trabajo anterior de todo el mundo».

Recuerda Javier que en casa «jamás se hablaba sobre ETA y ni mucho menos de que existiera un riesgo para mi padre. Aunque sé que mi tío, ante la cantidad de atentados y cómo se estaba asesinando a cualquiera que tuviera algo que ver con la policía o la guardia civil, le comentó si tomaba alguna clase de precaución. Mi padre le dio largas y le dijo que no había ninguna razón para que lo mataran».

El comité de empresa de Michelín se reunió en sesión extraordinaria el día del atentado y redactó un comunicado en el que mostró «su más enérgica repulsa por el asesinato del compañero Alejandro Sáenz». Se convocó a toda la plantilla al funeral y se mostró condolencia hacia los familiares. El Diario Vasco publicó que a la reunión de dicho comité asistieron siete de los nueve miembros independientes, cuatro de los ocho de CC. OO., los cuatro de ELA-STV, y ninguno ni de UGT (que no pudieron ser localizados) ni del sindicato LAB, afín a Herri Batasuna.

Las exequias se celebraron al día siguiente a las doce: «Era 31 de diciembre, con las navidades y la cena de Nochevieja encima. La sensación de tristeza era infinita para toda la familia, como si el mundo se hubiera detenido sólo para nosotros. Hubo mucha gente en el funeral pero se hizo todo a una velocidad increíble. La realidad es que nos sentimos muy solos. Nadie del Gobierno vasco ni del Ayuntamiento del pueblo le dijo nada a mi madre, ni una llamada, ni un telegrama, ni una pregunta sobre si necesitaba algo, ni una brizna de empatía. Es curioso, pero a título personal estuvo el primer alcalde de la democracia de San Sebastián, Jesús María Alkain, del Partido Nacionalista Vasco, que se había hecho amigo de mi padre por cosas del hipódromo. Subió a casa con un concejal y estuvo hablando un rato con mi madre y conmigo».

El cura del funeral

El funeral tampoco fue nada fácil. «Estuve a punto de sacar el féretro de la iglesia antes de que se acabara la misa. Nunca se me olvidará cuando el cura dijo en la homilía que estábamos allí congregados debido a la 'muerte violenta' de Alejandro. Lo acababan de matar de cinco tiros por la espalda y no era capaz de decir que lo habían asesinado. Fue vergonzoso lo de aquel sacerdote. Muchas veces he pensado en el clero vasco y especialmente en la figura del obispo Setién. Un día me lo encontré en las escaleras del Buen Pastor en San Sebastián y al verlo de frente pensé que si le daba un golpe en la cara estaba convencido de que no me iba a poner la otra mejilla. Eso seguro. Por supuesto que no le hice nada. A las víctimas nunca se nos olvidará aquella frase suya en la que se preguntaba que dónde estaba escrito que un padre tuviera que querer a todos sus hijos por igual».

ETA reivindicó el atentado junto a otros asesinatos: «Como mataban a tanta gente hacían comunicados conjuntos, pero nunca supimos quiénes fueron los autores. Los indicios apuntan a que se trató de una acción en la que participaron terroristas de dos comandos: Gohierri y Donosti. Unos años después me llegó una información en la que se apuntaba que estaba involucrado Bolinaga, que algo tuvo que ver, pero vamos, todo ha quedado en el limbo. En el pueblo ha salido libre por la derogación de la 'doctrina Parot' un etarra implicado en varios asesinatos, entre ellos el del amigo de mi padre José Herrero Quílez. Ellos saben perfectamente quién soy yo. Tiene un bar cerca de mi casa y es realmente duro. No sé si alguno de ellos también estuvo implicado en el asesinato de mi padre y esa terrible duda es algo que me acompañará hasta que me muera».

Javier Sáenz decidió continuar viviendo en Lasarte: «No podía dejar a mi madre sola. Ella tiró hacia adelante, dos días después de la muerte de su marido ya estaba en las tiendas haciendo la compra. Ella sí que sintió el vacío, el dolor de que le hubieran arrebatado a su marido por nada y para nada. Personalmente, ni quiero, ni puedo, ni debo, ni sé perdonar. Dejaron a mi madre muerta en vida y eso jamás lo podré olvidar».

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