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ZIGOR ALDAMA
SHANGHÁI.
Domingo, 7 de enero 2018, 00:29
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No corren buenos tiempos para la democracia en Asia. El continente más poblado del mundo ve cómo las potencias tradicionales -Estados Unidos y los antiguos poderes coloniales- pierden influencia y en su lugar se abre camino un nuevo coloso: China. Pekín, abanderada del pragmatismo, afirma que su política exterior se caracteriza por la no injerencia en los asuntos domésticos de sus socios. Y justifica esta postura señalando el evidente fracaso de la estrategia belicista estadounidense en los países invadidos por su ejército.
El Partido Comunista afirma que el poder chino es económico, y no militar, aunque su presupuesto de Defensa crece cada año por encima del PIB y los conflictos por la soberanía de aguas en los mares del Sur y del Este de China han provocado la continua presencia de su Marina y Fuerza Aérea a lo largo de la línea de nueve trazos que engloba el territorio marítimo que Pekín reclama para sí. Pero los dirigentes chinos subrayan que se trata de un despliegue defensivo y que en ningún caso tienen como objetivo la hegemonía. Lo único que busca China, dicen, es hacer negocios y vertebrar el mundo a través del proyecto de la nueva Ruta de la Seda, que llevará paz y prosperidad a los lugares olvidados por el antiguo orden mundial.
Además de eso, los gobernantes de un puñado de países asiáticos también aprecian que China no haga preguntas incómodas. La segunda potencia mundial calla ante la masacre que sufren los musulmanes de la etnia rohingya en Birmania, da palmaditas en la espalda del presidente filipino Rodrigo Duterte mientras este ordena el asesinato de miles de drogadictos y narcotraficantes, premia con enormes proyectos de infraestructuras a la junta militar que gobierna Tailandia desde hace casi cuatro años, y aplaude al primer ministro de Camboya, Hun Sen, a pesar de que se dedica a encarcelar a cualquiera que piense diferente.
Esa medida tan poco sibilina, sumada a la campaña contra la disidencia que se ha saldado con decenas de arrestos y el cierre de medios de comunicación, ha llevado a que tanto Estados Unidos como la Unión Europea retiren su apoyo a las elecciones. ¿Quién toma el testigo? Efectivamente, será China la que provea el material -incluidos ordenadores y urnas- que el país necesita para escenificar la farsa de unas elecciones que, nadie lo duda, mantendrán en el poder al tirano. Global Witness estima que Hun Sen y sus familiares han amasado 200 millones de dólares (166 millones de euros) dirigiendo uno de los países más pobres de Asia.
«China respeta el camino que el pueblo de Camboya ha elegido para desarrollarse y está convencida de que, bajo la supervisión de todas las partes, puede organizar unas elecciones justas en las que elija al partido y al líder que les satisfaga», comentó el jueves el viceministro de Asuntos Exteriores, Kong Xuanyou. «China es el principal inversor extranjero en Camboya, su mayor socio comercial, y la primera fuente de sus turistas extranjeros», añadió durante la rueda de prensa previa al viaje que el primer ministro Li Keqiang realizará al país jémer el próximo miércoles. Hun Sen ya ha avanzado que su intención es seguir en el poder una década más. Y las urnas no parece que vayan a ser un impedimento.
OPero nadie ha reflejado mejor que Rodrigo Duterte el vuelco que el auge de China está propiciando en la región. Porque Filipinas ha sido un aliado casi incondicional de Estados Unidos y su actual presidente no dudó en viajar a China para escenificar por todo lo alto su ruptura con la superpotencia americana para casarse con la homóloga asiática. «China no critica y es la única que nos puede ayudar», declaró Duterte a la agencia Xinhua. «Estados Unidos ha perdido. Me he realineado con su ideología -la china-, y puede que también vaya a Rusia para hablar con Putin y decirle que somos los tres contra el mundo: China, Rusia, y Filipinas. Es el único camino», afirmó en Pekín.
Es evidente que Duterte ha sacado rédito de su nueva relación. China ha anunciado que este año invertirá 7.300 millones de dólares en Filipinas para ayudar a la consecución de la estrategia de desarrollo que Duterte resume en tres palabras idénticas: «Construir, construir, y construir». A través de créditos blandos -China no hace regalos-, el gigante asiático ayudará a reconstruir Marawi, la ciudad devastada por la lucha contra el terrorismo islámico en la isla de Mindanao, y a levantar algunos de los mayores proyectos de infraestructuras del archipiélago. Pekín incluso ayudará a construir dos centros de rehabilitación para drogadictos. Así Duterte no tendrá que matarlos a todos.
Dicen ambos países que todos salen ganando. 'Win-win' lo llaman en el argot de los negocios. Sin embargo, no todos piensan igual. Muchos ven en esta dependencia de China la razón de que Filipinas haya bajado la cabeza en el conflicto por la soberanía de varios islotes, a pesar de que una corte internacional le dio la razón en La Haya. «Es evidente que Duterte está protagonizando un giro hacia el autoritarismo, y que ha encontrado en China el aliado ideal con el que comparte incluso ideología», apunta Rosemarie Trajano, secretaria general de la Alianza Filipina de Activistas por los Derechos Humanos (PAHRA).
«Hay riesgo de que las elecciones de 2018 en el sudeste de Asia legitimen a los autoritarios», tituló el miércoles el diario tailandés 'The Nation' a pesar de que la censura en la prensa es cada vez más estricta. «El Ejército se asegurará de que el Gobierno -elegido en las urnas- haga suyo el objetivo a 20 años -delineado por el Ejército-. De otra forma, dará otro golpe de Estado», avanzó en el diario el académico de la Universidad Naresuan Paul Chambers.
En Birmania, los militares que redactaron la última Constitución se reservaron un 25% de los escaños del Parlamento, suficiente para vetar todo tipo de reforma que el Gobierno liderado en la sombra por Aung San Suu Kyi quiera llevar a cabo. Además, el Ejército es también responsable de las matanzas que han provocado el éxodo masivo de los rohingya -aunque Suu Kyi tampoco ha tratado de impedirlo- y la institución que mantiene vivo el conflicto con diferentes grupos armados pertenecientes a otras minorías étnicas. Una vez más, China es un aliado de importancia cada vez mayor en la antigua Birmania, y Suu Kyi -Premio Nobel de la Paz en 1991- agradece el apoyo de Pekín siempre que se le presenta la ocasión.
«Y, poco a poco, China se va acercando también a su archienemiga India. El mes pasado logró la concesión a 99 años del puerto de Hambantota, uno de los mayores de Sri Lanka».
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