El enemigo invisible
Estos soldados del terror visten de paisano y se mezclan con la buena gente de su raza que emigraron para trabajar
Manuel Alcántara
Viernes, 24 de marzo 2017, 00:46
El buitre del terrorismo ha conseguido cerrar el primer Parlamento del mundo pero me temo que entre por las ventanas. ¿Cómo se abren todas para airear los problemas del mundo? Los terroristas no tienen rostro y por eso no pueden dar la cara, pero se les reconoce por el rastro de sangre que dejan a su paso. El asesino motorizado que atropelló a varios transeúntes y apuñaló a un policía en el centro de Londres fue abatido por la Policía. Por desgracia, no antes, sino después de que cometiese la sangrienta salvajada. Sólo sabemos de él que hay muchos como él, porque el yihadismo fabrica al mismo tiempo a los verdugos y a los mártires. Lo que se sabe del asesino no le diferencia del resto de la horda fanática: era un hombre de apariencia común y de mediana edad, pero hay muchos millones con esos datos que no estrellan un todoterreno contra la verja del Parlamento del mundo civilizado.
Sucesos de ese cariz, que solo deberían ocupar las páginas de sucesos, lo ocupan todo porque tienen el tamaño de los símbolos. El yihadismo es una enfermedad contagiosa y define a sus militantes como «soldados del Estado Islámico». De esos batallones sólo se han detenido a ocho militantes o sospechosos de serlo. Todo sería más fácil si los asesinos llevaran un cuchillo en los dientes, pero se camuflan de personas. De poco sirven los registros y las detenciones. Mientras los asesinos no lleven uniforme serán difícilmente identificables, pero estos soldados del terror visten de paisano y se mezclan con la buena gente de su raza que emigraron para trabajar y para comer de su trabajo. Por culpa de ellos, todo ha pasado a otro orden de cosas, incluso que haya nieve en la primavera y hasta la Cibeles lleve bufanda y los leones estornuden. Todo cambia, menos los llamados reyes de la creación, que no tenemos recambio.