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MIKEL AYESTARAN
Martes, 25 de agosto 2015, 00:38
El grupo yihadista Estado Islámico (EI) quiere borrar con explosivos los 2.000 años de historia de la antigua ciudad grecorromana de Palmira, situada en el centro de Siria. Los vecinos que lograron escapar de Tadmur, la urbe moderna que descansa junto al conjunto de ruinas declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, informaron al Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) de la colocación de explosivos en la «perla del desierto» hace un mes. Del mismo modo, el responsable de la Dirección General de Antigüedades y Museos de Siria, Maamun Abdulkarim, aseguró a la agencia AFP que los fundamentalistas «hicieron estallar el templo de Bal, causando graves daños. La cella (parte interior del recinto) ha sido destruida y las columnas de alrededor se han venido abajo».
No está clara la fecha de la voladura, pero sí que este templo erigido en el 32 d. C. en homenaje a Bal, dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad, es historia. Un monumento que se conservaba en perfecto estado y cuya destrucción se conoce pocos días después de que el EI asesinara a Jaled al-Assad, arqueólogo sirio de 82 años que había pasado cuarenta entre las ruinas del yacimiento y era la persona que mejor lo conocía. Los yihadistas le cortaron la cabeza por «su papel de cuidador de los ídolos» de la ciudad y su participación en «conferencias infieles» en representación de Siria.
Pese al mensaje de los fundamentalistas, los expertos consideran que el motivo de la decapitación de Al-Assad sería que se negó a informar de la localización de piezas importantes de Palmira. No en vano, el mercado negro del arte se ha convertido en fuente de ingresos para el EI y, según el departamento de Antigüedades sirio, el grupo estaría excavando «para intentar encontrar oro y otros tesoros en la ciudad». La Unesco, por su parte, consideró un «crimen de guerra» la destrucción del templo de Bal y confió en que sus responsables sean llevados ante la Justicia.
Extirpar e implantar
Desde que en mayo el califato extendió sus fronteras hasta estas ruinas, la amenaza de la destrucción es permanente. El EI ha demostrado en los últimos meses ser inflexible y, como repiten en sus mensajes a través de las redes sociales, «allí donde tomemos el control de un pedazo de tierra, extirparemos los símbolos politeístas e implantaremos el monoteísmo». Prueba de ello es que un mes después de izar la bandera negra en Palmira destruyeron las tumbas de Mohammad Ben Ali, un descendiente de la familia del primo del profeta Ali Ben Abi Taleb, y de Nizar Abu Bahaedin, un religioso local.
En julio llegó el turno de la figura del León de Al-Lat, de más de 2.000 años, lo que fue calificado entonces como «el crimen más grave cometido por el Estado Islámico contra el patrimonio de Palmira», según las declaraciones del responsable de Antigüedades sirio a la agencia oficial Sana. El león, de tres metros y medio de alto y quince toneladas de peso, fue descubierto en 1977 y se encontraba guardado en una caja metálica en el jardín del museo, pero los yihadistas no tardaron en localizarlo. Lo que sí parece que sigue en pie es el anfiteatro romano, escenario del asesinato de 20 soldados del Ejército sirio en los primeros días después de la caída de la ciudad.
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