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Allegados de María Sampe velan su cuerpo momificado en la casa familiar. :: zigor aldama FOTOS:
Un velatorio interminable

Un velatorio interminable

Los toraja de la isla indonesia de Sulawesi conviven con sus muertos durante años, hasta que se les puede dar un funeral con todos los honores

ZIGOR ALDAMA

Viernes, 6 de julio 2018, 23:36

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Ne'patu tiene mal aspecto. Está esquelético, los ojos se le han hundido hasta desaparecer, y es incapaz de pronunciar palabra. Claro que tiene su lógica, porque Ne'patu lleva 30 años encerrado en un ataúd. Cualquiera decretaría inmediatamente su muerte, pero los habitantes de Tana Toraja, una zona selvática de la isla indonesia de Sulawesi -conocida antes como Célebes-, discrepan. Para ellos, Ne'patu está 'tomakula'. O sea, enfermo terminal. Saben que no se va a recuperar, y basta mirarle a la cara para convencerse de ello, pero no considerarán que ha muerto -que está 'tomate', en su lengua- hasta que se le pueda honrar con un funeral a su altura.

De hecho, su sobrino Silas acude a diario a la casa de madera en la que yace Ne'patu para limpiar la habitación, airear el cuerpo y ofrecerle un cigarrillo que, obviamente, se termina fumando él. «No se le ha podido enterrar todavía porque la familia tiene que estar antes bien avenida, y hay problemas con la herencia», explica. Todo tiene que estar en armonía para que Ne'patu pueda poner rumbo al paraíso.

Pero ha pasado tanto tiempo que Ne'patu ya no está solo. Uno de sus hijos, Tandi, falleció el pasado mes de enero por un fallo cardíaco y ahora le acompaña en la misma habitación, ubicada mirando al oeste, a medio camino entre el norte que representa la vida y el sur que se dedica a la muerte. «Ne'patu tenía casi cien años cuando murió, pero Tandi solo 36. Pasó cuatro años en la cárcel por asesinato y cuando lo soltaron se volvió loco. Menos mal que le dio un ataque al corazón», comenta Silas, que también cuida del joven. Ambos están preservados con formol y serán enterrados juntos cuando sus familiares firmen la paz. «Así ahorrarán dinero», sentencia Silas.

«En otros países la gente se hipoteca por una vivienda; nosotros, para enterrar a nuestros seres queridos»

Porque un funeral toraja no es moco de pavo. En algunos casos, la factura de las celebraciones puede superar los 200.000 euros. «En el resto del mundo, la gente se hipoteca para comprar una vivienda. Aquí, los toraja nos endeudamos para enterrar a nuestros seres queridos», afirma sonriente Marno, jefe de una aldea toraja. Él mismo todavía está pagando el crédito a 10 años que pidió para enterrar a sus padres, y los fastos en honor del matrimonio compuesto por Yohanis Pantun y Alfrida Tottong son buena muestra de que no miente.

Nueve días de celebraciones

Ella murió en 2012, pero él se resistió a enterrarla pronto porque la echaba de menos. Convivió con su cadáver durante cinco años, hasta que él mismo falleció en 2017, a los 78. Fue entonces cuando los siete hijos de la pareja decidieron comenzar a reunir el dinero necesario para darles sepultura. En total, la factura asciende a unos 1.000 millones de rupias. 62.000 euros al cambio. Es lo que tendrán que desembolsar por los nueve días de complejas celebraciones, entre las que destacan las procesiones y, sobre todo, el sacrificio de 24 búfalos. «Los animales son lo más caro. Pero no consideramos que la gente ha muerto hasta que se sacrifica el primer búfalo, así que no pueden faltar», explica Marno.

Más de mil personas acuden a los diferentes rituales. La familia ha erigido numerosas construcciones temporales alrededor del 'tongkonan' -la vivienda con forma de barco típica de Tana Toraja- en el que vivieron Yohanis y Alfrida para acogerlos y resguardarlos de los chaparrones que parecen anunciar el fin del mundo cada tarde. En el centro, dos 'tau-tau' -efigies de madera esculpidas a imagen y semejanza de los fallecidos- presiden el lugar. Sorprende el detalle con el que han sido creados, y también la alegría con la que muchos se hacen 'selfis' con ellos.

A pesar de que han pasado años desde que fallecieron, la familia ha cuidado de los cuerpos como si estuviesen enfermos, acicalándolos y ofreciéndoles comida y bebida. Aunque los cadáveres se han ido descomponiendo hasta convertirse en dos momias de aspecto poco agradable, ahora el llanto brota cuando los ataúdes cilíndricos rojos en los que han sido introducidos son sacados al exterior para que un sacerdote cristiano les dé la despedida. «La mayoría aquí somos católicos, pero nos resistimos a abandonar nuestros rituales animistas aunque la Iglesia no los apruebe», explica Marno. Es una operación peligrosa, como confirma el vídeo viral en el que se ve cómo uno de los féretros cae durante el traslado sobre un hombre al que le provoca la muerte.

En Buntau, donde Lince Rubu acaba de fallecer pacíficamente a los 90 años, otro cura preside una pequeña ceremonia. Los miembros de su familia van llegando a su humilde vivienda de madera para asistir a esta breve ceremonia en la que se declara a Lince como 'tomakula'. Pero lo realmente importante es el proceso que inician después dos hombres equipados con unas jeringuillas y mascarillas quirúrgicas. Ellos son los responsables de inocular el formaldehído que mantendrá a Lince en un estado aceptable hasta que su familia reúna el dinero suficiente para sepultarla.

«Queremos enterrarla en una cueva natural, como se hacía antes», comenta su hija. Aunque muchos de los habitantes toraja han comenzado a adoptar las tumbas y los nichos más convencionales, todavía se mantiene la antigua costumbre de buscar un hogar natural para los cadáveres, e incluso hay quienes horadan la piedra de los acantilados para hacerles uno. Algunas de esas cuevas, utilizadas desde hace siglos y llenas de osarios, bien podrían ser el escenario de la próxima película de Indiana Jones.

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