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RITMO. Una orquesta callejera, de ronda nocturna por el Barrio Francés de Nueva Orleans, famoso por sus balcones de hierro forjado, legado de su pasado español. TODD COLEMAN /NEW ORLEANS CONVENTION&VISITORS BUREAU
Nueva Orleans vuelve a bailar

Nueva Orleans vuelve a bailar

La perla negra de Luisiana es resistencia y swing. 13 años después de la devastación del 'Katrina', se viste de fiesta para festejar, a todo jazz, su tricentenario

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Viernes, 13 de abril 2018, 00:02

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Las cicatrices del 'Katrina' son visibles en muchas partes de la ciudad. Quedan centenares de casas abandonadas y muchas escuelas e iglesias continúan cerradas. Y, por supuesto, muchos de nosotros hemos cambiado; físicamente, hemos envejecido de forma prematura, hemos ganado peso o hemos enfermado; emocionalmente, se han disparado el estrés, la depresión y otros problemas mentales. Sin embargo, todo ese dolor que generó aquello ha ejercido como una poderosa fuente de inspiración en mí y en mi trabajo como compositor. Ha dotado a mi música de una mayor pasión y profundidad. Ahora mismo estoy volcado en la grabación de 'Tricentennial Rag', mi aportación al 300 cumpleaños de esta ciudad, en forma de canciones enraizadas en la más genuina tradición del jazz».

Michael White (Nueva Orleans, 1954) es profesor de Humanidades en la Universidad de Xavier y un reputado instrumentista al que no resulta difícil encontrar sobre el escenario de alguno de los festivales de jazz con más solera de Europa. Está considerado como uno de los clarinetistas que mejor ejerce ese particular duende que únicamente se forja en las orillas cenagosas del casi mitológico Misisipi. Cuando el monstruoso huracán estaba a punto de desgarrar la ciudad, escapó a Houston. Le llevó treinta horas cubrir en coche un trayecto que no suele llevar más de seis. Allí supo que su casa quedó sumergida bajo dos metros y medio de agua durante tres semanas, con todas sus pertenencias dentro. Menciona con pesadumbre un valioso archivo de música con 3.000 grabaciones y entrevistas a músicos nacidos antes de 1910, 5.000 libros, una colección de 60 clarinetes antiguos, todas sus partituras, sus fotografías... Más tarde conocería las pérdidas humanas. Entre ellos, amigos, colegas y todos sus familiares -a excepción de su madre y de una tía-, que murieron «por ahogamiento, infecciones, suicidio o puro sufrimiento».

LAS SECUELAS

  • Abandono y gentrificación

  • Primera mujer en la Alcaldía

Su conmovedora biografía de destrucción y renacimiento, de resiliencia y swing, sirve de perfecta metáfora para ilustrar la prodigiosa capacidad de Nueva Orleans para sobrevivir al infierno y emerger de sus ruinas vestida de fiesta. Trece años después de que aquel pavoroso ciclón reventara sus diques, anegara el 80% de su superficie y matara a cerca de 2.000 residentes, la perla negra de Luisiana vuelve a desplegar su irresistible carga hedonista para festejar bailando su nacimiento, hace tres siglos redondos. Lo hace bajo el eslogan municipal 'Más fuertes que nunca', alentada por una apretada programación de actividades y por el florecimiento económico en sus tres pilares de carga: su electrizante agenda musical, su explosiva gastronomía y su renovado tirón turístico. En 2016, la última contabilidad cerrada que maneja la oficina local de turismo, NOLA (el apodo de andar por casa que le han dado y que responde al acrónimo del nombre de la ciudad y del Estado) dio la bienvenida a 10,45 millones de visitantes, que dejaron en sus negocios algo más de 6.000 millones de euros. Nunca había tocado ese techo. Tampoco antes del 'Katrina', la triste vara con la que todo se mide ahora allí.

Alberga 1.200 bares y restaurantes, el doble que antes, y roza los 10,5 millones de turistas al año Michael White Músico de jazz y profesor«Nuestra historia es la de la obsesión por celebrar y buscar el placer con la música»Luis Baños Cónsul de Nueva Orleans«La arquitectura española es la estampa icónica de la ciudad»

Pese a que su censo -391.000 habitantes- no alcanza todavía el de la 'era' anterior, sus bares y restaurantes se han duplicado. De los apenas 600 que se registraban entonces, los turistas se encuentran ahora con una apabullante oferta que supera los 1.200 establecimientos, donde se despachan las versiones más rústicas y también más sofisticadas de los clásicos de su encendida cocina criolla y cajún. Como el jambalaya (arroz, verduras y pollo) o el gumbo (sopa de arroz con un caldo especiado de ocra y carne), además de la hamburguesa de lagarto, los cangrejos de río, las ostras o los platos picantes aliviados con roux, una salsa afrancesada a base de harina y mantequilla.

Que cada vez más turistas estén deseosos de navegar a bordo de un vapor de ruedas por el río de cabecera de Mark Twain o de patear las calles que inspiraron al dramaturgo sureño Tennesse Williams 'Un tranvía llamado deseo' tiene mucho que ver con sus incendiarios fogones. Pero más aún con una industria musical tan poderosa como acaparadora. A los clubes y estudios de grabación, hay que añadir desfiles, convenciones, sus memorables funerales a golpe de jazz y, sobre todo, los 135 festivales que organiza puntualmente cada año y que tienen su cénit en su Carnaval, el Mardi Gras. Si su venerado paisano Louis Armstrong levantara la trompeta, no podría sentirse más orgulloso.

La catarsis de Congo Square

Para encontrar una explicación a esta enérgica amalgama de olores, sabores y sonidos, y al espíritu impenitente de La Nouvelle-Orléans, es preceptivo rebobinar hasta Jean-Baptiste Le Moyne, señor de Bienville. En 1718, este francés puso el dedo en el kilómetro 3.770 del río Misisipi, el último antes de vaciarse en el Atlántico a través de los tentáculos de su enorme delta. Allí, se dijo, fundaría un emplazamiento comercial estratégico en honor del regente Felipe II, duque de Orleans; sobre el mapa, una cuadrícula de once por cuatro manzanas en torno a una plaza encaramada al puerto, un diseño claramente inspirado en las Leyes de Indias españolas. En poco tiempo, el enclave daría mucho que hablar por su mercado de esclavos, el más importante de un país, los Estados Unidos de América, que todavía no se había constituido como tal. La mayoría procedía del golfo de Guinea. Una vez en América, eran vendidos a los latifundistas, que los repartían por las inmensas plantaciones algodoneras para trabajar y vivir como animales.

De vez en cuando les permitían reunirse en Congo Square, donde destapaban su espiritualidad y daban rienda suelta a los distintos ritmos y danzas tribales de su África natal. Era su forma de redimirse del sufrimiento. Aquellas expresiones artísticas, espontáneas y catárticas, serían el germen de la eclosión del jazz, en 1890. «Eso, unido a otros factores. Como nuestra obsesión por la celebración y la búsqueda del placer a través de la música y la danza o la necesidad de los negros de dejar de sentirnos ciudadanos de segunda, con menos derechos, tal y como, desgraciadamente, nos volvió a ocurrir después del 'Katrina' y de la reconstrucción», critica el profesor White a este periódico.

A esa coctelera de cadencias y compases negros, como el ragtime, el blues o el gospel, le faltaba aún la angostura habanera, que le llegaría a partir de 1762. Entonces, cuando la ciudad solo tenía 44 años de trayectoria, Francia cedía La Luisiana a España en compensación por la pérdida de La Florida. El Estado y su entonces capital, Nueva Orleans, pasaban a ser una provincia española. Así lo atestiguan hoy docenas de conjuntos de azulejos 'made in Talavera de la Reina', donde figuran los nombres de calles como Gálvez, Miró, Ulloa, Gayoso, Calle Real o Calle de Borbón, la denominación genuina de Bourbon Street, una de las arterias más famosa y golfas del mundo, localizada en el mismo corazón del French Quarter, el distrito más antiguo. «Aunque se conozca como el Barrio Francés, fueron los españoles los que construyeron la mayor parte de sus edificios con sus delicados balcones de hierro forjado y sus refrescantes patios, el elemento que más apreciamos aquí. La arquitectura española es, sin duda, la estampa icónica de esta ciudad», cuenta Luis Baños, nativo de NOLA y cónsul de España en la también llamada Crescent City.

Dos incendios desatados en 1788 y 1794 permitieron a los españoles rediseñar la colonia a su gusto. Su impronta es apreciable en muchos otros puntos de la ciudad, como la Catedral de San Luis, el templo católico más antiguo del país, el Cabildo, el Presbiterio o la pequeña Plaza de España que se asoma al río, al final de Canal Street, en la que están representados los escudos de todas las comunidades autónomas de su fugaz colono.

«Tolerantes y hospitalarios»

Después de cuarenta años de regencia española, en 1803 Francia recuperaba su control, para casi de inmediato traspasarlo a Estados Unidos. Sin embargo, su herencia quedaría arraigada en la ciudad con más vigor que la española. En buena medida, por la orden emitida desde París antes del desembarco español para que se llenaran las bibliotecas de La Nouvelle-Orléans con todo tipo de autores franceses y con las últimas ediciones de la edad de oro de Luis XIV y de la Ilustración Francesa. A causa o no del adoctrinamiento intelectual, el caso es que se seguiría cocinando con mantequilla.

A mediados del siglo XIX, ya con 170.000 habitantes, New Orleans se erigía en la urbe más rica del país. Y su bullicioso y lucrativo puerto atraería a miles de caribeños e inmigrantes procedentes de Irlanda, Alemania, Italia, Grecia o Vietnam, que, junto a los descendientes de los esclavos, de los nativos americanos y de los viejos colonos, han hecho de la mezcla y el sincretismo su patrimonio más valioso y deslumbrante.

«Somos una sociedad muy tolerante con las creencias y preferencias de los demás. De hecho, celebramos la idiosincrasia de cada uno. Tenemos un profundo sentido de la familia y una natural inclinación a la hospitalidad. Y amamos la cocina por su capacidad integradora. Creo que salta a la vista que buena parte de nuestras cualidades son claramente una influencia española», valora el cónsul.

Frente a las inversiones billonarias para ampliar el aeropuerto internacional Louis Armstrong o reurbanizar la ribera del Misisipi con planes hoteleros e inmobiliarios, cientos de casas siguen vacías recordando el escenario fantasmagórico que dejó el ciclón. Al mismo tiempo, familias pudientes de otras ciudades han comprado de forma masiva propiedades en vecindarios afroamericanos a precio de saldo, disparando las cotizaciones del suelo. El proceso de privatización de colegios ha deteriorado la calidad y el nivel educativo, y la droga y la delincuencia han recuperado su pulso.

60

de cada cien residentes de Nueva Orleans son de origen afroamericano. Pese a constituir una clara mayoría, se consideran relegados de los puestos de responsabilidad y del impacto billonario que la boyante industria del turismo -la principal fuente de ingresos- genera en las arcas de la ciudad.

El próximo mes de mayo, la demócrata Latoya Cantrell reemplazará a su compañero de filas Mitch Landrieu en la Alcaldía de NOLA. Es la primera vez en sus 300 años de historia que se elige a una mujer para pilotar el Ayuntamiento, lo que ha insuflado cierto optimismo a la ciudad.c

2005

En la última semana de agosto de ese año, el 'Katrina', uno de los huracanas más mortíferos que ha padecido Estados Unidos, reventó los diques de Nueva Orleans, anegó el 80% de la ciudad, mató a cerca de 2.000 personas y provocó un éxodo sin precedentes. :: DAVID J. PHILLIP

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